¿Qué siente un hombre que lo tiene todo y lo único que le falta es un imposible?
Franco jamás conoció el amor verdadero.
Evangelina lo conocía a la perfección.
Una propuesta laboral. Una confusión. Una buena amiga y un enamorado luchando por sacar a...
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Hacía tiempo que Franco y Bruno no tenían una semana tan intensa, y el bajón de adrenalina se sintió ese viernes, cuando se encontraron en el piso que compartían. Dormir hasta que el cuerpo se despierte solo, fue un pacto implícito que hicieron al acordar que cuando se levantaran al día siguiente irían juntos a visitar a su padre en Lanús.
Ambos necesitaban el domingo libre para poner la cabeza en orden, porque a ninguno le esperaba un lunes fácil.
La incertidumbre de Franco por conocer a Evangelina fuera de su zona de confort, y la ansiedad de Bruno por comenzar a entrenar a Ismael, les carcomió la cabeza ese domingo. En soledad, cada uno en una punta del piso, cada vez que se cruzaban las miradas hablaban por sí solas.
«Hermano, no es por ahí».
«No lo arruines, andá de a poco».
Pero ninguno se animaba a decírselo en voz alta al otro.
El domingo se convirtió en lunes cuando ambos ya estaban cansados de esperar, contrario a lo que pensaron al momento de acostarse, fue en un abrir y cerrar de ojos que las luces de la ciudad reflejadas en el agua del dique comenzaron a apagarse, dejando al sol hacer su trabajo lumínico. El celular de Franco sonó mientras intentaba desenredarse de las sábanas.
—Sí —atendió somnoliento.
—Buen día. Estoy en la puerta.
—Ahí bajo.
Se vistió con lo primero que encontró, tomó las llaves del auto de su hermano, el papel con la dirección, y bajó arrastrando los pies. Le dio las indicaciones a Ismael, y volvió de prisa a ducharse y arreglarse, no quería que Evangelina llegara y encontrara la oficina vacía.
Del otro lado del dique, la situación era completamente distinta. Evangelina ya estaba lista dando los últimos retoques a su maquillaje, mientras Daniel le preparaba el desayuno, todavía en pijama.
—Guau, estás más ansioso que yo —lo molestó entre risas.
—Evi, estás a punto de trabajar para uno de los tipos más importantes del país, ¿no pensaste que si te sale bien puede ofrecerte un puesto en su empresa? O sea, no es que necesitemos la guita, pero...
—Sí, lo pensé muchas veces, pero no. No podría dejar a Isidro, sabés lo que quiero a ese hombre, es como un padre para mí.
—Pero vos mejor que nadie sabe que algún día todo va a cambiar. —Daniel se acercó a su esposa y le tomó el rostro—. Va a llegar el día en que su hijo tome el control, y aunque sé que son amigos, algo entre ustedes se va a romper, porque no siempre hay lugar para la amistad cuando se trata de negocios.
—Lo sé, y creéme que no quiero pensar en eso. Lo que tenga que ser será, mientras tanto tomo esto como una ayuda a Isidro, el tiempo dirá qué pasa después con Franco.