Cuarenta y seis

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Evangelina revolvía su cartera en la puerta del edificio cuando Daniel apareció a su lado, con la llave en la mano listo para abrir la puerta

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Evangelina revolvía su cartera en la puerta del edificio cuando Daniel apareció a su lado, con la llave en la mano listo para abrir la puerta.

—Evi... ¿Recién llegas? ¿Pasó algo en el restaurante?

—Mi amor. —Dejó de revolver su cartera, y tomó el rostro de su esposo con una mano para darle un húmedo beso de bienvenida—. Sí... Recién llego, pero no pasó nada en La Escondida, es otra cosa. Te diría que ni te lo imaginás, pero sí lo imaginaste, así que...

—No entiendo, Evi... No me asustes.

Volvió a revolver su cartera, y tiró de la cinta de la tarjeta de acceso. La sostuvo ante los ojos de su esposo, que seguía sin entender.

—La credencial que te dio Antoine... ¿Qué tiene? ¿Venís de allá?

—Mirala bien.

Daniel observó cada detalle, hasta que notó la palabra «externo» bajo un número de legajo.

—Evi...¿Me estás diciendo que te contrató? —Ella asintió con la cabeza mientras no podía dejar de sonreír—. ¿Y esto en qué momento paso?

—Me lo propuso el sábado cuando salimos a buscar las terminales. Le dije que iba a pensarlo, pero ya sabes cómo es.

—Hubiera estado bueno que lo habláramos primero, ¿no te parece?

La sonrisa de Evangelina se borró. Era la primera vez que era egoísta y hacía algo sin consultar primero con Daniel, y la desilusionaba un poco que tomara esa postura.

—Igual no voy a trabajar con él de la manera que estás pensando —se justificó—. Fijate que dice externo, voy a seguir en La Escondida, al menos hasta que Isidro le pase el negocio a su sobrino.

—Eso tampoco me lo contaste, Evangelina —sentenció, serio.

Daniel estaba comenzando a molestarse, y ella tiesa. No había notado la falta de comunicación que tenía con su esposo hasta ese momento. Lo único que le salió fue defenderse porque se sentía culpable.

—¿Y en qué momento querías que te lo contara? Si últimamente te la pasas en el canal, haciendo notas, coberturas... Apenas te veo, Daniel.

—Eva, no grites —siseó cerca de su rostro—, no tengo ganas de que aparezcamos en algún magazine de chimentos. Vamos arriba.

Aceptó de mala gana, sabía que la conversación se enfriaría en lo que demoraba el ascensor en llegar hasta su piso. Aún así, no quitó la cara de enojo en lo que duró el trayecto de subida. Apenas cerraron la puerta del departamento, comenzó a descargar sus frustraciones.

—¿Sabés qué pasa, Dani? Que yo te apoyo en tu carrera por seguir los pasos de tu papá en el periodismo, pero por seguirte a vos me estoy perdiendo a mí. Franco me ofreció el trabajo y lo acepté, pensé en mí por primera vez en mi vida. ¿Está mal?

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora