Setenta y nueve

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20 de diciembre

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20 de diciembre. Feriado nacional por decreto presidencial para que los argentinos pudieran recibir al equipo campeón del mundo.

Aunque en el caso de Evangelina, ella esperaba ansiosamente a que Daniel terminara su cobertura mundialista para volver a disfrutar las merecidas vacaciones que el canal le otorgó luego de su impecable trabajo. A pesar de que su productor lo había liberado para que descansara, él insistió en volver tras la selección y darle un cierre completo a su cobertura.

En síntesis: Daniel siendo Daniel.

Evangelina no hablaba con Franco desde que la dejó en su casa la noche del domingo, luego de festejar por horas en el Obelisco, y el lunes siguiente no trabajaron. Como buen jefe, le otorgó el día libre a todo su equipo, consciente de que ninguno estaría en sus facultades mentales luego de la emoción vivida el día anterior, sin saber que Presidencia decretaría el feriado.

Y Franco ni siquiera quiso mandarle un mensaje, para dejar enfriar el beso que le robó en pleno festejo.

De todos modos, la cabeza de Evangelina no estaba en eso, sino en todos los temas pendientes que tenía que resolver con Daniel. La carcomía la angustia mientras veía los festejos del pueblo en la televisión, un mar de gente celeste y blanca inundando las calles, desde Ezeiza hasta el Obelisco. La procesión en el micro descapotable con los jugadores alzando la copa avanzaba a paso lento, al igual que su procesión interna.

Estaba segura de que algo se había roto durante ese mes de distancia.

Miraba entre sorprendida y horrorizada cómo la gente ponía su vida en riesgo por una foto, cuando un ruido de llaves la sorprendió. Inmediatamente, su corazón empezó a latir como si quisiera escapar de su pecho.

Y su presión arterial se desplomó cuando lo vio entrar sin equipaje.

A pesar de que temblaba como gelatina, decidió no emitir palabra hasta que Daniel no se acercara a saludarla. Su esposo sonrió incómodo, y evitando el contacto visual se acercó hasta donde Evangelina lo esperaba de pie, con los dedos entrelazados sobre su pecho.

—Evi... —dijo en tono extraño.

—¿Dónde está tu equipaje, Daniel? —sentenció, comenzando a perder la paciencia.

Daniel le clavó la mirada por primera vez, visiblemente incómodo. Se rascó la nuca, y le indicó con una seña con el dedo que tomara asiento en el sillón.

—No sé por dónde empezar —se justificó, bajando la cabeza.

—Un buen comienzo sería que me expliques dónde mierda está tu equipaje. ¿Qué es esto, Daniel? ¿Qué pasa?

Daniel levantó la mirada, sus ojos estaban enrojecidos y comenzando a llenarse de lágrimas. Evangelina estaba endurecida, como si hubiera puesto el cuerpo en pausa, ni siquiera pestañeaba, solo observaba el lenguaje corporal de su esposo.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora