Nueve

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Obviamente, ese jueves no hubo estudio, no hubo sesión de cocina, ni serie en Netflix

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Obviamente, ese jueves no hubo estudio, no hubo sesión de cocina, ni serie en Netflix. Ángel y Patricio querían saber a detalle qué había dicho Isidro acerca de la propuesta de Franco, y sobre todo, cómo seguirían sus mañanas a partir de que Franco comenzara a frecuentarlos para su proyecto.

Evangelina les contó absolutamente todo, incluso, que le había revelado a Isidro el secreto de sus mañanas de ocio. Y cuando sus amigos comenzaron a protestar, se apresuró a transmitirles la percepción que el hombre tenía de ellos: que eran sus mejores empleados, y que estaba dispuesto a correr el horario de apertura si todos se ponían de acuerdo.

—¿En serio te dijo eso? —Patricio no salía de su asombro—. No sabía que nos quería tanto, bah... A mí en realidad, sé que vos estás acá desde que el restaurante era manejado por el abuelo de Alan, y vos...

—Sí, sí, ya sé... Entre acomodados nos entendemos —bromeó—. Pero no, nada que ver. Isidro no es estúpido, sabe que trabajamos, y que trabajamos bien. Cuando me dijo lo de las quejas no lo podía creer.

—Y bueno... ¿Quién queda a cargo cuando nos vamos? —deslizó Ángel, sarcástico—. Y hablando de Alan, ¿en dónde queda él con esto de Franco?

—En la caja —sentenció Evangelina—. Le dije que Alan no le servía a Franco como sujeto de pruebas porque fue el que compró el POS, y entendió al toque por qué. Lo importante es que nuestro secreto, ya no tan secreto, sigue en pie.

—Tenías razón, Eva... —sopesó Patricio en voz alta—. El explotador en realidad es Alan, no su padre.

—Porque Isidro es de la misma madera que Félix, su padre. Ambos se hicieron de abajo, sacaron este lugar adelante por décadas, y Alan no, nació en cuna de oro. No sabe lo que es el esfuerzo, toda su vida vio a su padre y su abuelo dar órdenes, pero nunca se paró a pensar que antes de dar esas órdenes también trabajaron como nosotros.

—Entonces... ¿Se podría decir que todo salió mejor de lo que esperábamos? —supuso Patricio mirando al vacío.

—Sí —afirmó Evangelina—. Nuestras mañanas de ocio siguen en pie, no tenemos peligro de que Alan venga a entrometerse, y lo mejor es que Isidro está dispuesto a cambiar el horario de apertura, si así lo consideramos.

—Deberíamos agradecerle al hackercito —bromeó Ángel—. ¿Y cuándo empieza a venir?

—Supongo que el lunes, eso lo decidirán mañana durante el almuerzo que les concreté.

Todos suspiraron aliviados, enterarse de que Isidro sabía de sus mañanas de ocio, y que no se oponía en absoluto porque sabía que si había trabajo cumplían, era un gran peso que se quitaban de encima. La Escondida comenzó a moverse a ritmo normal, hasta que pasadas las doce y media volvió a suceder algo extraño.

Evangelina ayudaba a los camareros con las comandas, y en un paneo rápido al salón, divisó a Franco sentado en la misma mesa de la primera vez, pero todo en él era diferente.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora