Cuarenta y tres

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Evangelina se sorprendió de la cantidad de gente que se acercó a saludar a Franco, y más aún de los que le pedían una foto, a la que él aceptaba poco convencido pero poniendo lo mejor de sí para salir bien en la instantánea

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Evangelina se sorprendió de la cantidad de gente que se acercó a saludar a Franco, y más aún de los que le pedían una foto, a la que él aceptaba poco convencido pero poniendo lo mejor de sí para salir bien en la instantánea. De a poco se fueron acercando a la fila, y una vez posicionados, Evangelina notó como Franco no despegaba la vista de la mesa de su ex novia.

La joven pareja estaba tan concentrada en su discusión, que pasaron por alto el pequeño tumulto que ocasionó la llegada de Franco al local. El niño, de la misma edad que debería tener el hijo no nacido de él, estaba concentrado con el juguete de su menú, mientras la hamburguesa compartida de sus padres estaba casi intacta. Pilar hablaba de manera efusiva, mientras agitaba los brazos con nerviosismo, y David negaba repetidamente con la cabeza. Si ponía atención, podía escuchar el motivo de la discusión: dinero.

Y era tan incómodo el ambiente en esa mesa, que el niño salió disparado hacia el sector de juegos del local. Y fue el momento en el que David comenzó a discutir en el mismo tono que su esposa.

—Te lo pregunto de nuevo, ¿seguro de que no querés ir al Burger King de la otra punta? Además, ahí no hay tanta gente, siempre está medio vacío porque no hay atracciones turísticas alrededor.

Pero Franco estaba embobado. La discusión había tomado otro tono, y David se estaba levantando, dispuesto a irse del local. Pilar no lo detuvo, y él salió disparado, dejándola sola con su hijo.

—Tenés razón, Eva. Vámonos.

Lo último que vio Franco fue a Pilar tomándose la cabeza, entre avergonzada y agobiada. Franco enredó sus dedos en la mano a Evangelina y salió del local, pero falló al mirar atrás una vez fuera. Pilar lo estaba viendo, lo había reconocido. Dejó de avanzar junto a Evangelina cuando vio que la mujer se levantaba de su mesa para alcanzarlo en la vereda.

Tal vez lo que necesitaba era un cierre definitivo.

—¿Franco? —deslizó Pilar, tímida—. ¿O estoy desvariando?

—No, Pilar... Soy yo.

—Los dejo solos —intervino Evangelina—. Te espero allá en la baranda.

—Vos no te vas a ningún lado, Evi —sentenció, con la vista fija en Pilar.

—¿Es tu novia? —preguntó la rubia—. Pero... ¿No es la esposa del periodista deportivo ese del cable?

—Entonces no es mi novia, Pilar. Ya te respondiste sola.

—Pero los vi salir de la mano... O sea que ustedes...

—No, Pilar, yo no soy como vos. Es mi amiga, y tampoco tengo por qué darle explicaciones a una mujer que no me las dio hace ocho años.

—¿Y qué querías que hiciera? —Los ojos de Pilar comenzaban a aguarse—. Mi hijo estaba muerto en mi vientre y vos no estabas ahí para contenerme, como siempre, como de costumbre.

EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora