Capítulo 34 - Así es el mundo

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*Contenido hipersensible hasta los guiones separadores: intento de violación, prostitutas, sexo, violencia, etc. Lean bajo su propia discreción*

Durante toda la tarde se dedicó a cuidar a Jahaerys y Jahaera tal y como había prometido.

Mientras su amiga dormía pacíficamente en su cama, la joven Velaryon pidió a una de las mujeres en su servicio que trajera un tomo específico de la biblioteca escrito en alto valyrio para que se entretuviera mientras los presentes en la habitación dormían. Ella porestó, diciendo que no debía preocuparse por tales cosas, que ese era su trabajo, pero la princesa insistió.

Lo había prometido. No volvería a romper una promesa de nuevo.

Así que se acomodó en uno de los cómodos sofás individuales y comenzó a leer. A cada despertar de uno de los gemelos, ella los atendió: de tener hambre, llamaba a la nordiza para que los alimentara, de necesitar que los limpien, lo hacía con el mayor de los cuidados.

Y en lo que era mejor: de necesitar volverse a dormir, les cantaba.

Pero a cada minuto que pasaba, se enojaba un poco más.

Aegon Targayren no había siquiera pasado cerca de estas habitaciones.

Su amiga fue hasta el infierno y volvió para darle los herederos que se le obligaba a tener, que él puso en su vientre. Nueve lunas cargando no uno sino que dos bebés dentro de ella para que, cuando nacieran, ni se molestara en pasar a conocerlos. Incluso el tuerto se hizo un hueco en su agenda de narcisista insoportable para no pelear con ella y conocer al par. El mayor de sus tíos no.

Sin duda estaba en el mismo lugar que su madre en la lista de imbéciles de la Fortaleza Roja que hacía en su mente -donde primero estaba sir Criston Cole, claro. Nadie nunca podría quitarle ese lugar -.

Ahora entendía porque su madre y Daemon deseaban mudarse a Rocadragón con tanto apuro. Este lugar estaba plagado de gente que parecía desear que ella los apuñale hasta la muerte.

Cuando terminó el libro y la patética criatura a la que llamaba tío no apareció, llamó a las enfermeras para que vigilaran al dúo de recién nacidos y fue a buscarlo por todo el lugar. La habitación del rey, de la reina, de la mano del rey, la suya, la de ella.

Hubiera pensado que el chico no era tan idiota como pensaba de no haber visto aquella cabeza con cabello corto y dorado riéndose a carcajadas de lo más ruidosas escapar del palacio hacia la el resto de la capital.

La sangre le hirvió como pocas veces en su vida había hervido.

Si volvió a su habitación en ese momento solo fue para buscar una capa lo suficientemente oscura como para que su cabello no delatara que lo estaba siguiendo.

No fue dificil volverlo a ubicar cuando se escabulló por las puertas del castillo. Él parecía querer que todos lo reconocieran, así que encontrar un cabello de un color similar al suyo era lo único que debía hacer.

Y lo hizo.

Estaba con otros dos hombres que hacían casi tanto ruido como él. Uno de su altura y otro un poco más alto. Si llegara a un enfrentamiento, serían fáciles de derribar. Ni siquiera bien envainadas sus espadas.

Aunque, bueno, ella tampoco tenía su arco. Solo había cuatro dagas con ella: dos en sus botas, una en su manga y otra en un bolsillo escondido en la parte de atrás de su pantalón. No podría lanzarlas incluso si quisiera. No porque dudaba de que no atravesarían el craneo de los acompañantes de su tío limpiamente, sino porque, de aparecer más contrincantes, no tendría tiempo para recuperarlas.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora