Capítulo 55 - Su alma, tus manos

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Nada prepara a una madre para sobrevivir a sus hijos. No es ese el orden natural de las cosas, no es así como debe ser.

Ellas creen que verán a sus niños crecer sanos y felices. Quieren conocer a la familia que formarán, los nietos que correrán por los jardines y esposas que presumirán de sus enormes vientres con más pequeños en camino.

Quieren verlos ser las personas que para las que nacieron ser.

Quieren morir sabieron que hicieron todo lo que pudieron para que ellos sobrevivan por su cuenta en el cruel mundo.

Cuando Rhaenyra vio a sus dos primeros hijos, sus amados niños, entrar manchados de sangre de arriba a abajo, gritó. Un grito desgarrador. Un grito desesperado. Vio a su hijo colgar del caballo en el que estaba con el mínimo color en su piel. Vio a su hija soportar hasta que las puertas se cerraron y luego escuchó aquel horrible ruido hueco cuando su cuerpo cedió y cayó del animal.

Iba en camino a montar a Syrax, iba en camino a ayudarlos.

Si hubiera sido...

Dioses, si hubiera sido más rápida.

Sus bebés.

Oh, sus dulces bebés.

Dejó todo lo que pensaba, todo lo que hacía, y corrió a paso desesperado hacia ellos. Nada más existía, nada más importaba. Sus niños la habían necesitado y ella nunca había llegado.

Sus pasos eran torpes, ocacionalmente haciéndola trastabillar y causando algunos moretones aún con sus botas puestas, pero ya no...

No podía respirar.

No podía hablar.

No le podia doler.

Todo su dolor venía de la horrible escena frente a ella.

Al llegar, lloró por la sangre que descendía del pelaje del caballo, lloró por el charco que comenzaba a formarse debajo de su niña. Intentó mover a su hijo de donde estaba, sus ojos cristalizados, su vista borrosa, sus brazos débiles.

¿Cómo podía?

Era una madre, esto...

Esto no era así, esto no podía ser así.

Ella debía morir, no ellos.

No así.

Hombres que miraban la escena congelados corrieron a ayudar a la heredera ni bien sintieron la desesperación de su tacto. Al menos quince se acercaron, todos de los cuales dejaron el cuerpo del príncipe en el suelo ni bien vieron cómo la heredera al trono se desesperaba por sostenerlos cerca, quebrando ante la palidez de la piel de sus hijos.

Quería verlos.

Quería verlos hasta que el mundo a su alrededor estallara.

Quería verlos hasta que entendiera que esto era su culpa.

Dos o tres corrieron a buscar a los maesters, el resto simplemente se resqebrajaban escuchando los lamentos de la princesa Rhaenyra.

La mujer tomaba como podía ambos cuerpos, desesperada por tenerlos encima, por robar un poco más de tiempo con ellos. Alejaría a todos los dioses de sus almas si eso singificara que se quedarían con ella.

Oh, sus bebés.

No podía reconocer sus rostros, no así.

Estos no eran ellos.

A Jace... a él le faltaba su sonrisa.

Esa sonrisa, si. La que ponía cuanto la desafiaba o cuando veía a sus hermanos.

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𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora