Capítulo 61 - Brisa del sur

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Jacaerys encontraba la sesión del pequeño consejo primordial, claro.

Conocer los problemas en de su reino era algo crucial para un heredero al trono, pues lo que molestaba a los ciudadanos también lo molestaría a él cuando portara la corona.

Escuchaba atentamente cada planteamiento de los lores, inclusive si pensara que muchas estupideces brotaran de sus bocas, no emitía palabra alguna hasta que terminaran. Se obligaba a mantenerse serio, paciente, incluso cuando escuchaba a algunos lores perderse en disputas insignificantes o ambiciones propias. Después de todo, un príncipe debía siempre mostrarse con calma, inquebrantable, aún cuando su mente no dejaba espacio para otros pensamientos que no fuera lo egoísta de la naturaleza de los presentes.

Desde la primera vez que atendió una de estas sesiones, recordó a todos los miembros su deber de atender a cada una de estas sesiones y quedarse hasta que la mano considerase que los principales focos de interés habían sido resueltos.

No se molestó cuando una sirvienta se acercó a susurrar algo al Gran Maester Orywell, se molestó cuando él se levantó de su silla, pidió disculpas a los presentes y simplemente abandonó el lugar. Jacaerys lo observó, incrédulo y herido en su autoridad. Un príncipe no debía permitir que sus órdenes se ignoraran sin consecuencias; dejar pasar algo así pondría en duda la fuerza de su posición y, por extensión, el reclamo de su madre al trono de hierro.

Hervía ante tal falta. No le gustaba tener que repetirse, no cuando la más mínima falta de respeto que dejaba pasar debilitaba su imagen frente al consejo, y, por extensión, su reclamo y el de su madre al trono de hierro.

Esperaría, sin embargo, la siguiente hora sentado en su lugar, moviento rápidamente su pierna de arriba a abajo como una especie de tic que lo ayudaba a liberar su enojo en algo que no fueran sus palabras.

Al finalizar, no encontró sentido en disimular que no le interesaba el ruido que su silla de madrea hizo al deslizarse sobre el piso de piedra, ni tampoco le interesaba terminar el vino dulce que había sido servido en su copa. Simplemente salió de la habitación con mil posibles caminos que tomar para toparse con el Gran Maester y pedirle explicaciones respecto a su partida.

No tuvo éxito en los primeros diez giros por los pasillos. Se estrecharon, se agrandaron, algunos estuvieron mejores iluminados que otros, pero ningún camino que eligió lo llevó a toparse con el hombre que buscaba.

Las palabras del consejo resonaban en su cabeza mientras caminaba. Aunque muchas discusiones le parecieran intrascendentes, Jacaerys sabía que el más mínimo desprecio en su trato con los lores podría costarle su lealtad y, en última instancia, la estabilidad de su futura posición.

El sol se había puesto ya cuando decidió que lo confrontaría en la sesión del siguiente día. Sería mejor hacer de él un ejemplo, darle un pequeño susto frente al resto para no quedar desautorizado por un mero concocedor de la historia y sanador

Cuando volvía sobre sus pasos, sin embargo, los dioses le sonrieron.

Era la sirvienta que había susurrado la petición al oído del hombre que se retiró.

Intentó no correr, ni tampoco parecer intimidante. Los plebeyos - trabajaran para la familia real o no- habían tomado especial cariño por su esposa, y él no era quién para arruinar eso para ella. Simplemente, se acercó a paso tranquila y rostro serio.

"Mi príncipe" saludó ella con una reverencia ni bien lo identificó en medio del pobre iluminado pasillo.

"¿Cuál es tu nombre?" la pregunta tomó por sorpresa a la joven, quien no aparentaba más de los trece veranos que su hermano Joffrey tenía.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora