Capítulo 23 - Sana y hiere

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"No estarás lejos de aquí, dulce nieta. Siempre que quieras puedes visitarnos, nuestras puertas estarán abiertas esperándote" afirmó Rhaenys, acariciando el rostro de la última muchacha a la que le quedaba por despedir.

Se había sentido horrible con ella misma desde la noche que encontró el cadáver de su hijo a medio quemar en la hoguera del salón principal. Por no poder protegerlo a él fue la primera razón, por no proteger a la niña de tal vista fue la segunda. No podía evitar sentirse culpable por todo lo que la niña debía de estar viviendo. Ella misma tenía muchas pesadillas donde revivía el momento del hallazgo una y otra vez.

No podía siquiera dimensionar cómo eso afectaría a una niña de ocho años.

"Lo sé, abuela Nys" sonrió ella, conmocionada por ver a su abuela sonreír luego de tanto tiempo sin quiera cruzar miradas.

La reina que nunca fue la había estado evitando, no había sentido en mentir. Temía que su encuentro con la muchacha resultara en un intercambio de palabras que no quería decir, de cosas que se rehusaba a escuchar.

"Cuando tus dragones crezcan, estaremos a poco más de cuatro horas de vuelo. Puedes venir en barco y volver en el lomo de tus hermosas bestias. Te acompañaré con Meleys para que aprendas el camino" mientras hablaba, la mujer arreglaba el traje de viaje de la niña, sus manos demasiado inquietas como para hacerla parecer tan tranquila como sus palabras trataban de mostrar.

"Lo haré" contestó Daenyra, permitiendo ser objeto de las caricias de su abuela para poder darle alguna forma de liberación de estrés.

Ninguna de las dos dijo nada, pero los gritos de los marineros a cargo de cada uno de los barcos gritaron a los lejos, invitando a todos sus pasajeros reales a subirse.

"Debes irte" habló la razón de Rhaenys. Sus manos volvieron a sus costados, intentado poner un poco de distancia entre la niña y ella para no complicar tanto su retirada hacia el antiguo territorio de los Targaryen.

Sin embargo, la pequeña princesa se abalanzó sobre la mujer con los brazos abiertos, envolviéndola en un cálido abrazo. Tomó algunos segundos que la reina que nunca fue reaccionara, pero lo hizo.

Un último adiós.

Se separaron muy rápido para el gusto de la mujer, pero no dijo nada. Simplemente sonrió a su nieta "siempre estará orgullosa de que seas mi nieta" le aseguró.

Y sin decir nada más, la dejó irse. No porque quisiera - realmente había intentado convencer a Rhaenyra para que le permitiera quedarse -, sino porque, si se permitía alargar un poco más su despedida, no sería capaz de soltarla nunca.

Lord Corlys miraba la tristeza en los ojos de su esposa desde una distancia prudente. Terminaba de arreglar algunas cosas con sus los capitanes que comandarían los barcos con carga real. Sin embargo, su mente no parecía de todo enfocado en ellos.

Si alguna vez el hombre había ganado en algo, había sido con la esposa que le tocó. Una mujer con una llama ardiendo en su pecho, un corazón dispuesto a dejar de latir con tal de salvar a las personas que amaba. Incluso si esos no fueran de su sangre.

El Lord de Driftmark no era ajeno a la verdad. Conocía la naturaleza de los tres muchachos castaños de apellido Velaryon. Sabía que en su sangre no corría gota alguna de mar, que su piel no tendría ni una sola pizca de sal.

No entendía qué sentir respecto a uno de ellos heredando todas sus riquezas a pesar de no merecerlas, de no ser su derecho. El de su nieta lo era. Sin embargo, no tenía razón alguna por la que reclamar tal cosa. La niña sería reina de los siete reinos luego de su madre. Eso era mucho mejor que lo es que viejo castillo podría ofrecerle.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora