Capítulo 24 - Quítate la venda en los ojos

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126 d.c

Daemon Targaryen nunca creyó poder ser buen padre.

Demasiadas veces le habían dicho al príncipe canalla que era muy egoísta como para amar a alguien más de lo que se amaba a sí mismo. Y él les había creído.

Sus gemelas fueron las primeras en demostrarle lo contrario. Nunca supo lo mucho que necesitaba ser padre de niñas hasta que nacieron.

Eran igual de hermosas que su madre. Rhaena había heredaro su templanza, el don de ser la voz en cada una de las tormentas de sus seres querídos. Baela, en cambio, era valiente, leal a los suyos hasta el día en que eso le costara su vida.

Ellas le abrieron los ojos. Le revelearon un mundo en que él no era impulsivo, canalla o temerario. Era un padre preocupado por hacer que sus niñas lo tuvieran todo.

No creyó necesitar a nadie más.

Hasta que vio a Dany.

Rhaenyra había hecho una copia de sí misma en versión pequeña. Los Velaryon dirían que se parecía a Laenor, pero para Daemon, ella ira igual a su madre.

La conoció cuando estaba con moretones en el cuello, la nariz rota y una cicatriz profunda y sangrante desde su frente hasta su ceja. Aún herida, buscaba cuidar a sus hermanos. Toma la mano de Jace, fulminaba con la mirada a cualquiera que se acercase demasiado a Luke.

No temió siquiera defender a Laenor cuando la lengua de la reina intentó ensuciar su nombre.

No más de lo que usted divierte a la guardia real, su majested, dijo. Le tomaron todas sus fuerzas no reír a carcajadas. Algunos guardias se confundían ante las risas ahogadas que se escuchaban en la dirección del príncipe Targaryen.

Supo de su firma en el pie de Aegon luego. Por palabras de sirvientes chismosos, por las confesiones de Rhaenyra. Una niña de ocho casi mata al de catorce. No fue hasta días después que enntendió que ella nunca apuntó a matar, sólo quería herirlos.

Una muchachita leal la creyó, pero ahora conocía su letalidad.

Entre los hombres se murmuraban cosas de ella. Sobre su fascintante puntería - fruto de brujería con el viento, para que este siempre favoreciera su tiro, según los caballeros -, su hermosura - evidiada por muchas mujeres, deseada por cualquier muchacho- o incluso su lengua afilada - que podría convencer a la persona más exigente-.

Daemon ahora entendía por qué veía a sus antiguos hombres de la guardia real cojiendo con putas de pelucadas doradas y una media cicatriz por arriba del ojo pintada con algunso cosméticos.

Los bastardos Strong serían objeto de burla, de crítica hacia Rhaenyra.

La heredera Velaryon sería en lo que pensaran cuando buscaban en alguien en quien creer.  Era fácil olvidar que la niña era, de hecho, una niña, cuando la deseaba.

Hoy, Daemon tampoco veía a una niña. Veía a una guerrera.

Seis años habían pasado desde que Aemond tatuó aquella cicatriz en su rostro. Seis años desde que Laenor Velaryon fue asesinado por el hombre que el príncipe canalla contrató.

Seis años desde que se casó con el amor de su vida.

La ceremonia no fue algo... enorme, como el rey y la reina insistían que fuera. Unieron su alma y sangre en la tradición valyria. Tan solo sus hijas y los niños de su esposa asistieron a tal evento - si no contamos al grupo de dragones que los miraban mientras volaban por la isla -.

Desde entonces, Daemon había entrenado a Dany día y noche. Hasta que no viera sus brazos temblorosos o escuchara la falta de aire en los pulmones de la chica, no paraban. Horas podrían pasar hasta que se cansara.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora