Capítulo 35 - ¿Cuánto vale un gramo de tierra?

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Jacaerys no sabía que hacer ya.

Lo intentó todo: una infusión para dormir luego de cenar, entrenar hasta el cansancio para que su cuerpo quedara tan derrotado que le permitiera descansar, cambiar de habitación, de ropa, de hábitos. Nada funcionaba.

Él simplemente no podía dormir.

Desde que Daenyra se fue, nunca pudo volver a tener una noche descente. Poco le importaba a su cerebro que ella estuviera viva, que los cuervos con escritos de su puño y letra llegaran día de por medio dijeran que estaba bien, que estaba a salvo. Nunca pudo terminar de creer que eso sería algo permanente.

Pensó que con el cumpleaños de su hermana acercándose y todos los preparativos para ir al banquete en su honor en Desembarco del Rey lo calmaría. Volvería a verla, se aseguraría de que todo estaba bien, podría dormir en paz.

Y así estaba. Demasiado despierto para cualquier persona que estaba relajada.

Pasó las primera horas de su insomnio leyendo el libro más aburrido que encontró en la biblioteca, pretendiendo que su mente se agotara al ver las palabras y prefiriera permitierle apoyar la cabeza en la cama y poder dormir.

No funcionó: de hecho, terminó todo el tomo.

El punto de quiebre fue cuando la hora del lobo llegó y él aún estaba despierto.

La batalla que su sobrepensante cerebro y su cansancio disputaban había temrinado hace mucho tiempo. Y el muy maldito rosa había ganado. Hacía que todo a su alrededor se sintiera incómodo, que todo le molestara.

¿El ruido del fuego? demasiado irritante.

¿El sofá en el que se sentó? demasiado duro.

¿La luz de la luna entrando por la ventana? demasiado brillante.

¿Su propia cama? demasiado calurosa.

Bien, su habitación era una mierda, lo entendió, pero ¿Qué le quedaba? No podría ir a otra sin despertar a nadie, no podría migrar hacia algún lugar del palacio sin que las penumbras y la soledad le dieran alimento a su cabeza para seguir imaginano cosas que no podían ser, no podía salir sin que los guardias - aliados de su padrastro, para su pena - alertaran a Daemon sobre su salida.

Por primera vez, entonces, su mente tuvo una idea: la isla del fuego salado. No habría oscuridad para alimentar a su cabeza: la luna lo iluminaría - eso y algún fuego que fuera a prender -. No habría personas a las que despertar con su inquietud, ni secuases del príncipe canalla para delatarlo.

Solo él y su dragón.

Estaba decidido.

Se cambió silenciosamente, intentando disminuir todo lo posible el ruido de su capa ondeando al pasar y el resonar de sus botas por los pasillos.

Los guardianes de la cueva donde los dragones se sorprendieron al verlo por estas partes de Rocadragón, no por verlo despierto. Ya todos sabían de sus problemas de sueño.

No le impidieron llamar al escamoso dragón verde y naranja, el cual apareció ni bien llamado. Simplemente observaron su interacción desde la distancia, preguntándose dónde el segundo en línea a heredar el trono de hierro podría llegar a ir a estas horas de la noche.

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Dany había dejado de llorar con el tiempo. Murmuraba incoherencias, pero el llanto se ausentaba.

Estaba acurrucada al cuerpo de su hermano, el cuál se sentó en medio de la arena para poder hacer de soporte a la frágil muchacha. Sentía sus caricias en su cabello y mejillas, sus afirmaciones de que todo estaba bien, que estaba a salvo.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora