Prólogo

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Aquella noche de 112 d.C no podría jamás pensarse como una cualquiera.

Los gritos de Rhaenyra Targaryen podían escucharse en toda la Fortaleza Roja. Había comenzado su trabajo de parto mientras caminaba por los jardines del aquel lugar esa misma tarde. Por fortuna sir Laenor, quien caminaba a su lado, supo cómo reaccionar y ayudarla a aliviar el dolor. Después de todo, este no era su primer parto.

Mentiría si dijera que no es su primer hijo.

Laenor estaba nervioso como jamás en su vida lo había estado. Si bien con Jacaerys él había acompañado a su esposa como el honor lo demandaba, ese niño no era su sangre. Esta vez, él estaba seguro que este bebé era suyo: Rhaenyra había dejado por un tiempo su relación con sir Harwin para poder concebir un hijo legítimo con el heredero de Driftmark. Fueron varias lunas de intentar y fallar, pero todo valió la pena cuando el maester les anunció el embarazo de la princesa. Laenor estaba extasiado con la noticia, y se había prometido a sí mismo ser el mejor padre que los siete reinos hayan visto.

Mientras tanto, la princesa estaba exhausta. Hacía horas que las parteras le decían que aguantara un poco más, que el bebé estaba cerca y ella solo debía tener un poco más de paciencia. Pero el dolor ya era insoportable, y sus piernas, que antes le permitían recorrer la habitación en búsqueda de un poco de alivio, habían cedido.

Tirada en una cama, así la tenían.

Rhaenyra sentía terror de lo que vendría. Ya habían intentado todo, y temía que solo quedara la opción del salvar al bebé. Su madre había pasado por ello: estuvo también tirada en una cama en sus últimos momentos. Imaginó que se había sentido igual que ella, que nunc hubiera imaginado que ese sería el día de su muerte. Trató de despejar su mente y distraerse con algo, pues no necesitaba preocuparse por ello ahora, pero, aunque intentara, nada la calmaba. El dolor era intenso, es verdad, pero el miedo que ella sentía por tener el mismo destino que su querida madre empeoraba el momento aún más.

Ya lo había hecho una vez, con Jace, pero este bebé parecía rehusarse a salir, aferrándose al interior de su cuerpo y desgarrando cada uno de sus músculos cada vez que intentaba pujar.

Las primeras luces del amanecer se asomaban, y la princesa supo que estaba en problemas. Los maesters se miraban entre sí de una forma que ella no pudo entender al principio. No fue hasta que uno de ellos se retiró de la habitación que entendió qué pasaría si se mantenía en la cama sin pujar.

No, se rehusaba a morir.

No como su madre.

No como Aemma.

Rhaenyra reunió todas las fuerzas que pudo: no se iría sin pelear. Ese no era el estilo de los dragones.

Entonces pujó.

Las parteras reaccionaron rápido, dos tomando sus manos y otra posicionandose entre sus piernas.

El cansancio le empezaba a cobrar factura y ella lo sabía: cada una de las partes de su cuerpo las sentía débil, su vista se volvía borrosa de entre tiempos y su cuello y cabello estaban empapados en sudor.

"¡Veo la cabeza, princesa!" anunció orgullosa la partera entre sus piernas. Volvió su mirada hacia ella y le sonrió, como si Rhaenyra pudiera descansar porque ella sonriera. Si hubiera estado lo suficientemente consciente, se hubiera dado cuenta que era Belinda, su fiel servidora, pero dado la situación, lo único que pudo hacer fue asentir con la cabeza y simular contento.

Sabía que todo se reducía a este momento, que pronto todo terminaría, así que pujó. Pujó con todo lo que tenía: con el miedo, el cansancio y el deseo de conocer a su segundo bebé. Ya no podía gritar, no quería. Se mordió para ahogar sus llantos, pero eso no le impidió gemir dolorida entre dientes.

Y ya cuando se había rendido, cuando supo que no había ni un gramo más de fuerza en su cuerpo para pujar, lo escuchó: el llanto de un bebé.

Justo entonces Laenor entró de un portazo en la habitación, la angustia por su esposa e hijo reflejada en sus ojos. Sin embargo, cuando cobró sentido de lo que ocurría en la habitación, suspiró relajado.

"Una niña, su alteza" anunció la partera a la vez que le entregaba a la bebé envuelta en una manta roja y dorada a la princesa.

Rhaenyra había perdido mucha sangre y sabía que pronto se desmayaría, pero jamás podrá olvidar la primera vez que vio a su hija.

Era una Targaryen.

Cabello de mezcla dorado y blanco brotaba en su cabeza, tez similar a la suya y ojos del más intenso violeta. Pero no tenían la forma de los suyos, no, ella creía estar viendo a Laenor en ellos, en sus labios carnosos y en su sonrisa.

No pudo evitar llorar al verla, y acunarla cuando la pudieron en sus brazos: era perfecta.

La viva imagen de los dragones y caballos de mar combinados.

Supo que Laenor estaba a su lado cuando escuchó sus sollozos y besó su sudada frente. "Es tan pequeña" susurró en su oído "Lo es", contestó ella, y volviendo su mirada hacia su esposo, agregó "Nuestra pequeña Daenyra".

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora