Capítulo 36 - Agua, vapor y hielo

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Tal y como ocurrió hace algunas lunas, guardias la esperaban a su regreso. Debieron de haberla divisado a ella y a sus tres dragones hacia algunos minutos, puesto que ni bien sus niños apoyaron sus enormes garras en el suelo, una increíble cantidad de estos caballeros los rodearon.

De nuevo, nadie en la familia real estaba presente para recibirla.

Solo la golfa de Otto Hightower y sir Criston Cole.

"Princesa Daenyra" la llamó el primer hombre. Ella aún no había descendido de su dragona que ya estaba siendo hostigada por la mano del rey.

"¿Sería tan amable, mi lord, de ordenar a todos estos jóvenes uniformados que se retiren?" preguntó la muchacha desde su montura, poniéndose cómoda en el lomo de la infiltrada nocturna mientras veía al resto de los presentes tensarse ante los gruñidos de advertencia que Seastorm hacía resonar.

"Me temo que no puedo hacerlo. El rey les ha ordenado vigilar a sus bestias mientras nosotros la escoltamos hacia el salón del trono".

"Oh, pero si puede. Verá, mis niños son criaturas muy protectoras con su madre, y ahora sienten que todos estos elegantes chicos la están amenazando. No haga que una tragedia suceda, querida mano" ante sus palabras, los tres dragones se prepararon para recibir la orden de ataque, para defender a su jinete de cualquiera que quisiera dañarla.

"Pero una tragedia ya sucedió, su alteza" opuso Otto, satisfecho al ver cómo la mujer que fingía comodidad se tensaba.

No es tu culpa, Dan.

Dany estaba preparada para incinerarlos a todos. Nadie extrañaría a aquel hombre demasiado ambicioso para su propio bien y al resentido comandante de la guardia real. El resto de los caballeros ni siquiera podrían gritar antes de que el fuego los envolviera.

Quizá sacaran la artillería pesada para detenerla: Vhagar y Aemond. Sería una pelea gloriosa. Tres jóvenes y enormes dragones contra la vieja experimentada. El príncipe de un ojo contra la princesa entre las llamas. Habría mil canciones de cómo ella saltaría de su montura hacia la del lagarto con alas y apuñalaría a su tío hasta drenarlo de sangre.

También dijiste que matarías a Aegon, y él aún camina por los pasillos de este lugar.

Fue una voz desesperada la que la trajo de vuelta a la realidad.

Helaena Targaryen se había despertado con la noticia de que los dragones de su amiga habían prendido fuego el mercado más concurrido de Lecho de Pulgas. Hombres, mujeres, niños. Todos estaban muertos.

Y la princesa Velaryon no estaba por ningún lado.

Ella ya no dudaría de Daenyra. Conocía su naturaleza gentil, su sentido de justicia, su amor por los niños. Era incapaz de hacer algo así... no sin una razón, al menos.

Ahora, aún con las pocas horas que habían pasado desde su parto, intentaba correr a encontrarla, preguntarle si estaba bien, si le había pasado algo. En sus ojos, la madre de los dragones no era más que su hermanita. No iba a dejar que su abuelo la lastimara.

Pero dos guardias atraparon sus brazos antes de que pudiera llegar lejos. Sus piernas aún le dolían del parto, su mente no estaba lo suficientemente descansada como para poder determinar el resto de su cuerpo hasta el mismo objetivo que esta tenía.

La joven Velaryon enseguida quiso poder enviar dos flechas en dirección a esos hombres que inmovilizaban a su hermana - la cual aún la llamaba a gritos débiles -, pero niebla aún descansaba en algún lugar de la habitación de Helaena.

Lo único que le quedaba era hacer lo que hizo: bajar de Nightfyre y caminar hasta donde la esperaban la mano verde y el comandante dolido.

Sus dragones no necesitaron la orden de su madre para ir a descansar al lugar que habían escogido el primer día para hacerlo: las afueras de la ciudad.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora