Capitulo 76 - Gravedad en el viento

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Los pasillos eran los mismos que recorrió de niña.

Si prestaba atención, reconocería que la puerta que pasó de largo era donde arrullaba a Aegon y a Viserys, que la misma vela que había robado para leer de noche con sus hermanos seguiría faltando en el candelabro de aquel lúgubre pasillo, o que libro que Daemon había lanzado alguna vez al mar resaltaría de sus colegas en un estante por la sal que caería de este.

Daenyra era afortunada de estar absorbida en su propio nerviosismo al caminar, concentrándose en mantener sus dedos escurridizos alejados de sus anillos. Muchos recuerdos acechaban en el antiguo hogar de la princesa Velaryon. Muchos de los cuales a penas y parecían propios de la mujer en la que se había convertido.

En verdad, la jovencita de Rhaenyra evitó el dolor de la nostalgia. A penas y podía mantenerse de pie cuando recordaba a Luke y todo lo que habían vivido juntos en este lugar. Ser invadida por su propio pasado no le hubiera permitido avanzar ni un metro más, pues estaba segura que el aire escaparía a sus pulmones y todo lo que quedaría serían sus propios lamentos.

Cuando estaba por ir a la guerra, no había tiempo para tales sentimientos.

Daenyra era enserio una mujer afortunada.

Las sirvientas que la guiaban no eran unas que realmente conociera. Estas eran bajitas, regordetas, de cabello rojizo y voces de lo más irritantes. En algún rincón de su corazón, admitía, deseó que su madre le concediera a Gilly para recibirla y ayudarla a encontrar a Jace y a su hijo, no un par de niñas de incluso menor edad que Joffrey. Sin embargo, temía preguntar sobre el destino de su fiel criadora. Vivió la muerte de demasiados que amaba, no quería tolerar ni la noticia de una sola más.

Cuando estaba por ir a pelear por su reina, no había tiempo para un duelo.

A medida que se adentraba en pasillos exquisitamente iluminados con varios candelabros de pie, los murmullos la seguían.

No era la primera vez que una cosa así le pasaba, pero al menos antes tenía a su propia familia para combatirlos. Ahora, sus esfuerzos se dividieron entre sus manos y el ignorar voces que no reconocía susurrando sobre su pasar.

Sin embargo, sus guías eran dos niñas muy chismosas. Oyeron como antiguos soldados que conocieron a la mujer en su juventud temprana se disgustaban con el cuerpo delgado de la princesa, asegurando que la poca carne que tuvo alguna vez se la habría comido para no morir por hambre en el consejo verde. Reirían con sus chistes sobre cómo la fantasía de tenerla a su merced se volvía un pensamiento repugnante. A nadie le gusta comer huesos, repetían.

Como si no fuera suficiente para hacer a las niñas palidecer, la servidumbre también hablaba. Todo tipo de sujeto que llegara a pasar resaltarían que esta no podía ser la mujer que floreció de la chiquilla que tan energética era antes de la capital. El atractivo que antes le encontraban, la dulzura con la que sabían se caracterizaba, se esfumó. Las peores lenguas aseguraban que Rhaenyra había traído a una bastarda cualquiera de algún lugar del Essos en vez de a su hija.

No hubo Dios que no escuchara los ruegos de esas dos pequeñas sirvientas: Que la princesa no haya escuchado lo que los demás dicen; Que no descargue su ira en nosotras por blasfemias de otros.

Cuando se detuvieron abruptamente ante una enorme pieza de madera y metal, el miedo de las niñas llegó hasta sus huesos. Dany se había percatado de su tensión ni bien apareció, mas algo nuevo las hacía mirarse entre si, ocultando sus manos temblorosas. Esta vez, su éxito encontrando la fuente del terror fue igual de veloz. Los quiebres de la puerta. Se abrió paso entre las dos muchachas frente a ella con sumo cuidado, avanzando lentamente hasta que quedó a un respiro de la madera. Sus dedos se encontraron con las grietas en un movimiento suave, gentil incluso. La superficie estaba aún más fría que su propia piel, y dejaba una horrible sensación húmeda en la princesa.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora