Capítulo 45 - Cuidado con los lobos

157 26 4
                                    

No había ojos que no estuvieran sobre ella. No había boca que se atreviera a hablar.

Todos estaban muy enfocados en la princesa Velaryon y su entrada triunfal.

Hacía muchos años, los mismos lores habían presenciado a una joven reina Alicent hacer su propia aparición, vistiendo el color de guerra de su casa en la boda de la prinesa y antigua amiga. Todos estaban sorprendidos entonces, asombrados por la osadía de la chica.

Hoy, Daenyra daba una impresión diferente, pero el mismo silencio absimal la seguía al entrar. Los lores no la miraban con asombro, pero con deseo. Las ladys no murmurarían sobre su descaro, sino de lo precioso de su vestido.

Alicent sería una reina reconorosa.

Dany era la viva imagen del fuego, la sangre y la sal.

Cada paso que la princesa dara, el mundo sostenía su respiración. La gente conocía la locura Targaryen, y dados los hechos del Azote Carmesí, había algunos de menor poder - como las caravanas propias de cada casa - que la miraban con ¿Nervios? ¿Alerta?

Miedo. La joven los asustaba.

Conocían lo que podía hacer si se sentía amenazada, lo habían ecuchado.

Al verla, las personas con suficiente poder como para desafiarla seguían su figura... pero los que no tuvieran un título para protegerlos de la ira de la chica, se veían sobrepasados por lo fuerte de su presencia. Algunos de ellos ni siquiera la habían conocido: no solo era la doncella de la ruina, sino que madre de dragones, princesa entre las llamas. Ahora incluso había logrado convertirse en la muchacha del pueblo.

Llegar a la mesa principal para Dany se sintió exhaustivo, especialmente porque debía de mantener mirada inmutable, mentón en alto y paso tranquilo. Su madre sonreía de oreja a oreja, enviando solo una mirada de adoración en dirección a su pequeña. Sus hermanso también la veían, gestos de admiración en sus rostros.

Para la heredera a trono, ella era su niña.

Para los muchachos castaños, ella era su ejemplo a seguir.

Para Jace, ella sería su mujer.

Dioses, sí que le había costado mantenerse impasible durante su entrada. El vestido favorecía su figura, los colores resaltaban sus ojos violetas, las trenzas en su cabello eran tan... tan... no sé, eran solo... agh. Nada en la cabeza del príncipe Velaryon parecía poder conectar más allá dedos palabras. Sus sentidos estaban destinados a percibirla a ella, a memorizar cada asepcto de la chica posible.

¿Cuánto tiempo le quedaría de esto?

Volverían a Rocadragón, él, sus hermanos y sus padres. Ella se quedaría aquí, sola, de neuvo en peligro, de nuevo poniendo a prueba su capacidad de confiar en su habilidad. Junto cuantos pedazos de ella que pudo, cuantos ella misma no había escondido ¿sería eso suficiente para que se mantuviera viva?

Deseaba con todo su corazón que ella le pidiera que se quedara. Poder volver a sentir sus latidos calmados cuando dormida, volver a tenerla cerca suyo, volver a probarla... dioses, volver a saborear su enojo, su frustración, su angustia.

Había algo en su cabeza que simplemente no podía aceptar que ella no lo quisiera, que realmente creyera que estaba mal.

Él se detuvo y ella fue la que pidió más.

Esa era la idea que revoloteaba por su mente cuando la vio sentarse a su lado - de reojo, claro, tampoco era tan estúpidamente obvio-.

El rey aprovechó el silencio para levantarse de su asiento con una copa en mano y todas las intenciones de dar un discurso. Habló de lo hermoso que era tener una nieta tan responsable, leal y hermosa. Se estaba convirtiendo en una mujer ejemplar - sus palabras, no las de Jace -, que había heredado muchas cosas de su madre y Laenor, pero sobre todo, de la fallecida reina Aemma.

𝗧𝗥𝗘𝗦 𝗖𝗢𝗥𝗢𝗡𝗔𝗦 || 𝘑𝘢𝘤𝘢𝘦𝘳𝘺𝘴 𝘝𝘦𝘭𝘢𝘳𝘺𝘰𝘯Donde viven las historias. Descúbrelo ahora