Capitulo 1

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(Isaza)

Dicen que el ser humano es el único animal capaz de tropezar mil veces con la misma piedra. Cometemos el mismo error a veces casi por costumbre, sin darnos cuenta de que es mejor patear esa piedra que impide que sigamos nuestro camino. Pero a todos nos da miedo enfrentarnos a la realidad. Nos asusta plantarle cara a aquello que nos hace daño, porque no queremos aceptar lo que tenemos delante. Aunque quizá lo que más nos perturba es pensar en todas las consecuencias que puede traernos ese pequeño acto de valentía.

Dicen que tenemos que huir, alejarnos de todo lo tóxico que tenemos alrededor, pero cuando es el corazón el que gana a la razón no es tan sencillo. El amor nos vuelve estúpidos e irracionales. Nos ciega y nos impide ver cosas que para el resto del mundo son obvias.

-Por favor no te vayas – Me suplicó antes de que yo cerrara la puerta tras de mi.

Durante unos segundos me quedé allí parado de espaldas a la puerta de su casa, como si esperara que ella saliera y dijera que todo era un mal sueño, pero eso no iba a suceder. Comencé a andar. No sabía dónde ir, así que simplemente caminé. Pasados unos diez minutos, llegué hasta un pequeño parque, estaba oscuro y no había nadie. Me senté en uno de los bancos, necesitaba soledad, un momento para aclarar la mente y relajarme. Allí sentado, recordé el momento en que la conocí. Sus ojos marrones mirándome con ternura y el tacto de sus labios al rozar los míos. Nuestros encuentros en la intimidad, aquellos en los que me perdía en cada pliegue de su cuerpo. Las mañanas despertando a su lado. 'Como adoraba verla dormir' pensé. Y ahora todo eso se había esfumado como si del humo del café se tratase

No la odiaba a ella. Me odiaba a mí mismo por haber sido tan estúpido. Por haber perdonado cosas imperdonables. Me odiaba por haberme enamorado de alguien incapaz de amar a otra persona que no fuera ella misma. Por no haber escuchado nunca a mis amigos cuando decían que ella no valía nada, que merecía algo mejor. Había sido un tonto que no dejaba de caer en la garras del lobo aun sabiendo que sólo se disfrazaba de cordero para comerme.

'No volverá a pasar, sólo ha sido un error'. Cuántas veces habría oído esa patética excusa salir de sus labios, y cuántas veces me la creí. Estoy seguro de que no había enamorado más ciego que yo.

-No llores – me rogué a mí mismo.

Me llevé las manos a la cara, como si con ello fuera conseguir que las lágrimas no salieran. Pero necesitaba sacar toda la rabia que llevaba dentro así que simplemente la dejé salir. A medida que las pequeñas gotitas salían de mis ojos y recorrían mis mejillas a toda velocidad, mi pecho parecía descongestionarse. Parecía doler menos. .

Oí unos pasos acercarse a mí y alcé la vista. Frente a mí había parada una chica. Era bajita. De melena oscura y con las gafas casi en la punta de la nariz. A pesar de la tenue luz que desprendía una de las farolas cercanas, pude vislumbrar unos ojos verdes, casi pardos que me miraban curiosos.

-Perdón, pero...-hizo una breve pausa- ¿estás bien?

Su voz era dulce y cálida. Y por su acento supuse que no era de aquí. Me sequé las lágrimas con las mangas de la chaqueta y me levanté.

-No es asunto tuyo- respondí malhumorado y empecé a andar

-Disculpa si te he molestado - murmuró a mis espaldas- pero no creo que haga falta ser tan grosero.

-Tampoco hace falta ser una chismosa –añadí dándome la vuelta para quedar frente a ella.

Rió disimuladamente y pareció pensar durante unos segundos lo que contestar, hasta que finalmente habló.

-No soy ninguna chismosa – me miró casi desafiante – simplemente quería... ¿sabes qué? Da igual

Nuestras miradas se encontraron. Por un momento creí que comenzaríamos una absurda discusión. Uno de esos cruces de palabra e insultos que no nos llevarían a ningún lado. Pero no fue así, ella parecía también cansada y simplemente apartó la mirada. Me sentí vencedor, no sabía de qué, más agradecí que hubiera decidido dejarme en paz, así que me di la vuelta y seguí mi camino.

-No sé qué es lo que te habrá pasado –la oí a mis espaldas.- pero enfadándote con el mundo no lo vas a solucionar

Sonreí irónicamente, pero decidí dejarlo estar. ¿Quién era ella para decirme que hacer o no?

El camino a casa se me hizo largo, casi pesado y al llegar Malta, mi perrita, me recibió en el descansillo de la puerta. La saludé con mimos y ella me los devolvió en forma de besos. Miré algunas de las fotos que tenía colgadas en el recibidor y suspiré. Martina salía en casi todas ellas. Mirándome sonriente como si de verdad me hubiera querido alguna vez, pero me había dejado claro que no.

-Vas a ser la última mujer que juegue conmigo – dije con la voz casi quebrada.

Fui directo a mi cuarto y me cambié la ropa que llevaba por algo más cómodo. Me tumbé en la cama y miré el teléfono. Martina me había llamado varias veces y me había enviado cientos de mensajes pidiéndome que la perdonara. Diciendo que todo había sido un error. Al principio pensé contestarle para dejarle claro que esto había llegado a su fin, pero ¿para qué? Solo conseguiría dejarme enredar de nuevo, así que opté por borrarlo todo y desconectar por completo.

Me quedé allí, durante varios minutos mirando el techo de mi habitación como si él fuera a darme una solución a mis problemas. Estaba exhausto, había sido un día largo y no tardé mucho en quedarme dormido. Apenas había descansado durante los días de gira y caer en la cama hizo que el sueño me venciera casi de golpe. Me dormí deseando despertar a la mañana siguiente y que nada de esto hubiera pasado, pero se quedó solo en eso un deseo de los que nunca se cumplen.

¿Quién te dijo esa mentira?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora