Liam Dunbar.

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En aquel momento, las horas para mí habían dejado de importar. Se suponía que ambos debíamos hacer un trabajo, y a la vez estudiar para el examen que teníamos una semana después, pero realmente no hacíamos nada de eso. Liam estaba sobre mí, haciéndome cosquillas, mientras yo pataleaba y gritaba tratando de quitármelo de encima. Pero, es que el idiota, pesaba lo suyo. Aproximadamente, 500kg.

—¿No puedes conmigo? —Preguntó, burlón, a lo que yo solté otro grito, indignada, era un estúpido y de los grandes.

—¡No ves que no! —Solté un bufido, parecía que se iba a quedar ahí toda la vida, hasta que lo vi moverse un poco. Pero, me pareció mal, ya que se tumbó encima de mí, claramente ahora sin apoyar su peso y empezó a dejarme besos por toda la cara.— No te voy a perdonar, que lo sepas....

—¿Y si yo hago todo el trabajo...? —Preguntó el enano aún encima de mí y sin cesar los besos que tenía propuestos repartir.

—Podría pensármelo... —No tuve que decir nada más, ya que él se había levantado de un salto y tras guiñarme un ojo empezar a trabajar de la manera más rápida que probablemente hubiese trabajado alguna vez.— Liam, para, estaba bromeando... Podemos acabarlo luego.

Él sin embargo me ignoró, y yo estaba demasiado a gusto en la cama para levantarme, por lo que sin poder ni querer evitarlo mis ojos se cerraron. Y al segundo estaba soñando con un mundo de arcoíris, mariposas y cosas bonitas.

Al segundo siguiente, cuando las mariposas desaparecieron y mi cuerpo se sintió aliviada, sentí un peso encima de mi pecho, que al abrir los ojos, no era otra cosa que la cabeza de él, de Liam. Respiraba con tranquilidad, pausado y como si estuviera igual de cómodo que en su propia casa, por lo que me quedé allí, quieta, observándolo por quizás horas.

Había tenido suerte al encontrar alguien como él.

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