Tres días, eso había pasado desde que Derek había decidido que Isaac y yo no pertenecíamos más a su manada. Ambos habíamos ido a parar a casa de Scott, el cual no dudó dos segundos en adoptarnos en su casa, siempre con la aceptación de Melissa la cual confiaba ciegamente en su hijo, a pesar de que sabía que se le iba muchísimo la cabeza.
—¿Emma? ¿Quieres bacon? —La voz del moreno se filtró por mis oídos y asentí.— ¿Queso?
Volví a asentir con la cabeza, a sabiendas de que en algún momento debía volver a hablar. Pero no estaba mentalmente preparada para que un sonido saliera de mi garganta. Había dejado de hablar desde que mi hermana murió en manos de un cazador. Hacía de ello seis meses.
Hablar de superación era muy fácil, superar ya era otro tema. Lo bueno es que todo el mundo me apoyaba y aceptaba mi silencio, Peter siempre trataba de sacarme alguna palabra con sus constantes burlas pero, lo único que conseguía era que suspirara.
Prácticamente sólo era capaz de comunicarme con un par de gestos y con mensajes de texto.
—Oye, Em, ¿todo bien? —Isaac habló, haciendo que yo me encogiera de hombros. Él y yo nunca éramos grandes habladores, prácticamente éramos conocidos a pesar de haber compartido manada y estar compartiendo desastre.— Si necesitas algo.. sé que no hemos hablado mucho. —pausó, y al segundo se arrepintió— Mierda, perdona... Tú no hablas. Soy gilipollas.
Sonreí, enternecida ante aquella imagen, conocía su historia igual que él conocía la mía, por labios ajenos, no de los propios.
—Eh, chicos, tengo que salir un segundo, no hagáis ningún desastre o mamá me matará.
Comentó Scott cogiendo su chaqueta y saliendo por la puerta sin darnos tiempo de responderle, suspiré y detrás de mí escuche a Isaac chasquear la lengua.
—Sigo yo con la cena entonces.
Al oírle decir aquello negué, y me moví hasta estar al mando de la sarten en la cual estaban las hamburguesas que íbamos a cenar.
—Venga, Emma, quita que las acabo yo. Tú puedes ir a leer ese libro que tanto te gusta.
Me mordí el labio inferior, incapaz de responderle. No era cualquier libro, era el libro favorito de ella. Y desde que la habían matado tenía la rutina de leer uno o dos poemas cada noche.
—Además, no me molesta, no te preocupes.
Asentí con la cabeza, moviendome hasta ir a por el libro, desde mi lugar podía escucharlo quejarse en voz baja. Se insultaba a sí mismo, lo que me hizo alzar una ceja. Isaac no parecía tan mal chico, después de todo.
Al tenerlo en mis manos, bajé por las escaleras hasta llegar a la cocina y me senté en un taburete. De esta manera podía observarlo mientras cocinaba y a la vez leer.
—¿Te puedo contar un secreto? —habló una vez más Isaac, girandose para mirarme y yo asentí con la cabeza, dudando de que podría ser— Mi padre solía encerrarme en un congelador, era su manera de castigarme y, desde entonces tengo pánico a los lugares cerrados. Además solía hacerme creer que todo era mi culpa, ¿había lluvia? Algo malo había hecho.
Al escuchar sus palabras mis labios se abrieron, no sabía que responder, aquello era más fuerte de lo que yo pensaba. Y más viniendo de sus labios.
—Lo que quiero decir es que, a pesar de todo eso. A pesar de mi miedo, si algún día tienes un problema y estás en el lugar más cerrado del mundo, llámame e iré. Incluso si es tu propia mente, Em.
Al escuchar aquello me levanté del taburete y caminé hasta estar delante de él, mi cabeza llegaba a su pecho, por lo que tuve que levantarla y tras un suspiro hice algo que nunca me ví capaz de hacer.
—Te necesito.
Dos palabras, una voz rasposa y un asentimiento por parte del chico para acto seguido, envolverme en sus brazos. Quizá ambos habíamos sufrido pero, también podríamos superarlo, de eso estaba segura.
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One-Shots.
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