Draco Malfoy.

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Desde el primer día que había entrado en Hogwarts me había dado cuenta de cuán afortunada era al poder compartir casa con Hermione Granger, una de las chicas más inteligentes de toda la casa. Y ya por eso la admiraba, por su coraje durante el primer año. Año en el que me encontraba yo actualmente, observando como el trío de oro hacía el segundo año y yo simplemente los admiraba desde la distancia. A pesar de que Hermione ya se había dado cuenta de mis repetidos intentos de acercarme, y por su actitud parecía apreciarlos. 

Estar observandolos me había llevado en más de una vez a apreciar como el peliblanco, cuyo nombre conocía todo el mundo, Draco, tenía una pequeña obsesión con meterse con Hermione. Llegando a un punto en el que podía ser enfermizo. 

Y allí estaba, un día más siendo espectadora de dicha escena, solo que esta vez había decidido no quedarme callada, dí un paso hasta quedar frente al Slytherin y tragué saliva.

—Deberías parar. —Prácticamente murmuré, mirándolo a los ojos, por lo que pude apreciar como mi intervención le había hecho gracia. 

—¿Qué has dicho, ratita?

—Que pares. —Volví a hablar, apretando mis manos en dos puños, tratando de así conseguir el valor que necesitaba. Pude notar como Hermione detrás de mí llevaba una de sus manos hasta mi hombro, tratando de hacer que dejara aquello, pero no podía hacerlo ya.

—Mira, bicho raro...

—No, mira tú, Draco. He dicho que pares. —Esta vez mi tono tomó una normalidad normal, y suspiré, ahí estaba el valor que necesitaba para afrontarlo.

—Pero, quién te crees que eres... —Me observó, de arriba a abajo, cuestionándose como alguien de primer año iba a darle la cara así.

—Me presentaría, pero no vale la pena. 

Y con aquellas palabras me dí media vuelta y me alejé de él junto a la morena que empezó a agradecerme mientras me recordaba la estupidez que acababa de cometer.


Tres días después me encontré con Draco mirándome a través de las mesas del gran comedor. La gente no había hablado de aquella idiotez que yo había cometido al afrontarlo, más que nada porque ninguno de los presentes habíamos decidido comentar nada.

Draco al ver como yo le miraba de vuelta, señaló la puerta. Negué con la cabeza, no pensaba salir, pero él alzó una ceja, gesto que me intimidó lo suficiente como para levantarme del banco y caminar hacía afuera sin decirle nada a nadie, mientras mantenía mi mirada en el suelo.

—Sígueme. —Escuché su voz, y por inercia, actúe según lo establecido, lo seguí por los pasillos hasta quedarnos a solas en uno de ellos.— ¿Por qué no has dicho nada?

—¿Nada?

—De lo que pasó el otro día. —Alcé la cabeza, viendo como sus facciones eran iluminadas por las antorchas que habían a lo largo del pasillo. Estaba confundido, o eso parecía.

—No tengo nada que decirle a nadie. —Me encogí de hombros, y pude ver un pequeño brillo en los ojos.

—Ví que necesitabas ayuda en pociones, yo te puedo ayudar.

Lo observé con una ceja alzada, y negué con la cabeza. No quería ayuda de alguien que solo hacía que meterse con la gente.

—¿No?

—No, Draco. Puedo sola. —Murmuré, a sabiendas de que mi comentario era mentira, no podía sola, pero al menos lo intentaría.

—No te lo volveré a ofrecer, leona. —Comentó, con una pequeña sonrisa en los labios. Quería decirle que sí, porque él me parecía interesante, pero a la vez sabía que darle aquella afirmativa significaba permitir que continuara metiendose con la gente y no iba a permitirlo.


[...]


Desde el día de la oferta de Draco, recibía una lechuza con un pergamino que me recordaba la oferta.

Él, empezaba a ganarse mi completa atención, y no dudé en finalmente, acabar aceptando su oferta, sólo con una condición. Que dejara a Hermione y los demás en paz. 

Poco a poco, al menos prometió que lo iba a intentar. 



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