Isaac Lahey.

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Su mano se enredó entre la mía, lo que me hizo sonreír. Isaac a pesar de tener problemas con su padre, siempre sabía hacerme un hueco en su vida. Y aquel día no iba a ser menos. Había acabado nuestra cita y yo, era la que lo iba a acompañar a él a casa, ya que sentía que a veces era necesario para que él no se sintiera solo cuando su padre le hiciera lo mismo cada día.

—Hasta aquí he llegado. —Murmuré, cuando estuvimos justamente delante de su puerta, lo que hizo que él envolviera sus brazos alrededor de mi cuerpo, juntándonos en un abrazo. Uno que hizo que todos los huesos de mi espalda crujieran.

—Gracias por esto, de verdad. —Ante su tono de voz, me encogí de hombros, y junté nuestros labios en un casto beso ya que la puerta se abrió, dejándonos ver al padre de mi rizado.

—Isaac, dentro, ya. —Esas fueran sus únicas palabras, mientras nos observaba con mala cara.

El rizado se separó de manera lenta de mi cuerpo, y caminó hacía dentro de su casa. Sonriéndome en cuanto su padre le dio la espalda. Yo le devolví la sonrisa, sabiendo que después de aquello él iba a estar roto, pero como siempre, él día siguiente aparecería como si nada, con su sonrisa que me enloquecía pero a la vez con millones de demonios dentro de él y su bonita cabeza.

—Oye, I. —Casi grité, lo cual provocó que él no acabara de cerrar la puerta y su cabeza apareciera, mirándome con el ceño fruncido.— Te quiero, ¿vale? Y si necesitas algo, sabes que mi madre te acepta como su propio hijo.

—Tú, niñata, será mejor que vuelvas a tu casa y dejes de follarte a mi hijo. —La voz del padre de Isaac volvió a hacerse presente, apartando a Isaac de la puerta y dejándome ver su cara de enfado e indignación.— Él no necesita una cualquiera en su vida.

Yo simplemente asentí con la cabeza, y di media vuelta, empezando a caminar en dirección a mi casa, sabiendo que Isaac aquella noche no me llamaría, ni probablemente tampoco mañana.

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