Derek Hale.

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—Vamos a ver, Helena. ¿Qué es lo que te impide continuar hacia delante?

—¡Todo! Parece mentira que no te estés dando cuenta.

—¿Pero de qué? —Scott se levantó de la silla, dando paso a que yo también me levantara y caminara en círculos, ansiosa.

—¡A Derek Hale le gusto!

—¿Y él a ti no? 

Tragué saliva, no sabía que contestar ante aquella pregunta. Toda mi vida había sido normal, hasta que Scott había llegado a ella, y con él varias personas más, una etapa nueva, y un chico que me hacía enfurecer hasta no poder más.

—¡No lo sé! 

—Deberías pensarlo, porque él ante tu huida va a distanciarse de ti, y cuando te des cuenta será demasiado tarde.

Gruñí, llevando mis manos a mi pelo y recogiendolo en un moño, para después coger mi mochila y salir de la casa de los McCall. La situación me iba a hacer enloquecer.


Gustarle a Derek Hale significaba que antes de que me lo confesara estaba preocupado por mí, solía llevarme en coche a pesar de que acabara gritándole por su poca habilidad ante los demás de mostrarse un poco empático. Y sin embargo, él siempre había estado allí, protegiendome de cualquier loco que quisiera acabar con la vida de cualquiera de los miembros de la manada. Había dormido en el sofá de mi casa con tal de no dejarme sola cuando los alphas aparecieron, y había ido a por mí al instituto cuando alguna vez había llovido, ya que me conocía lo suficiente como para saber que nunca me llevaba paraguas. 

Y sin embargo, nunca me había sentido suficientemente apreciada por él. 

Negué con la cabeza, en mi propio mundo, mientras caminaba sin dirección por las calles de Beacon Hills. Quizá lo que necesitaba era aquello, despejarme, soledad.

Llegó un punto en el cual me paré sobre mis propios pies y dirigí mi mirada hacía lo que tenía delante, sorprendiendome a mí misma cuando me encontré con la imagen del loft de Derek delante de mis ojos. 

Había ido a su casa, en su búsqueda.

Metí mis manos en la sudadera hasta coger mi móvil y lo llamé por teléfono. No tardó ni dos minutos en responder a mi llamada.

—¿Helena? 

—Hola... ¿Molesto?

—Qué va, ¿estás por abajo de mi casa? Juraría que estoy oliendote.

—Derek, no sabes lo acosador que acaba de sonar eso. 

Él se quedó en absoluto silencio, por lo que tuve que retomar la conversación.

—Pero sí, ¿me puedes abrir...? Me estoy helando.

—Eh, voy, dame dos segundos. 

Me colgó, y me dirigí hacia la puerta, escuchando como sonaba indicandome que acababa de abrir, y no tardé ni dos segundos en subir al piso donde se encontraba la casa ajena. Encontrándome con un Derek con el ceño fruncido, ansioso por una respuesta.

—¿Crees que me podría quedar aquí a dormir? —Le pregunté, tratando de sonreír de manera que le convenciera de aquel plan.

—Una gilipollez que preguntes eso. —Su ceño se relajó, y me tendió una manta, la cual acepté con una sonrisa y sin dudarlo ni dos segundos.

Me adentré en su casa, envolviendome la manta en los hombros, haciendo de ella una pequeña capa. Al menos hasta que mi cuerpo se acostumbrara a la temperatura que había en aquel lugar. Derek cerró la puerta de metal detrás de mí y caminó junto a mí hasta el ventanal, quedandonos ambos observando la noche.

—¿Por qué te gusto, Derek?

—¿Qué?

—Déjalo.

—No, no. No lo sé, Helena. Tampoco quería decírtelo, pero supongo que es porque tú y yo nos llegamos a... ¿complementar? 

Yo asentí con la cabeza en respuesta, y sintiendome mucho más segura me coloqué delante de su cuerpo, para acto seguido unir mis labios con los de él, haciendo que mi mundo se quedara completamente paralizado.

Derek había hecho muchísimo más por mí que nadie, y yo estaba obsesionada en pensar que él era el malo. Cuando sólo era una persona solitaria.

Que a partir de aquel día, iba a empezar a ser mi persona.


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