15. En la Misma Página

1.8K 110 20
                                    

La noche anterior, después de haber dejado a Elena en su casa, Damon y yo volvimos a la mansión, tomamos una copa y acordamos ponernos al día después, pues ambos estábamos excesivamente cansados como para intentar siquiera explicar lo que habíamos averiguado y más aún, para pensar en qué hacer, con lo que fuera que Stefan le hubiera dicho a Elena.

En el día presente, estaba bebiendo café en la cocina, cuando Damon entró, sin camisa y despeinado. Obviamente acabando de levantarse.

- Buenos días. – lo saludé con una media sonrisa, mientras acomodaba el mini vestido de seda que traía puesto.

Deja de halarlo, no se volverá más largo por mucho que lo intentes. – intervino la voz mental, tan inoportuna como siempre.

- Buenos días. – dijo con voz pastosa, y se desperezó. - ¿Qué pasa? ¿Estás bien?

- ¿Por qué no lo estaría? – le pregunté con el ceño fruncido. - ¿Café?

- Si. – entonces se adelantó, me quitó mi taza y tras darle un sorbo me la devolvió. – No lo sé, usualmente yo soy quien abre las cortinas, hace el desayuno, enciende la chimenea, prepara a los niños para el colegio... – bromeó con una sonrisa torcida.

- Bueno... supongo que, el que patearan tú trasero ayer influye un poco. – le contesté con una sonrisa, mientras volvía a llenar la taza con café.

- ¿Patear mi trasero? – entonces frunció el ceño. – Nadie ha hecho eso todavía. – sonrió, y yo solté una carcajada.

- De hecho, yo diría que tienes un gran historial. Podrías escribir un libro. – entonces recité, cambiando mi voz. - : "Como conseguir que te pateen el trasero. Por Damon Salvatore." Ese sería un gran título, te aseguro que su movimiento en el mercado sería asombroso. – me burlé.

- Tengo un titulo mejor, uno que tendría mucho más movimiento, inclusive. – entonces hizo una pausa, mientras se acercaba a mí. - ¿Sabes cuál? – negué con la cabeza, divertida y Damon con una sonrisa sensual, contestó: - "Como darle a una mujer el mejor sexo de su vida. Por D. Salvatore."

De repente, la cocina parecía demasiado pequeña y excesivamente calurosa. Damon me miró a los ojos y un escalofrió recorrió mi espalda, mientras me perdía en los suyos.

- ¿Y qué te hace pensar que alguien compraría un libro escrito por alguien llamado D. Salvatore? – pregunté, respirando entrecortadamente, pero sin mover ni un músculo.

- Quizás nadie lo compré. – entonces acercó sus labios a los míos, hasta que éstos quedaron a centímetros de distancia. – Pero ambos sabemos que lo que contendría el libro, no sería falso. – susurro, de la manera más deliciosa posible.

Miré sus labios, que me tentaban de una manera inexplicable, y luego lo miré a los ojos. Fue entonces cuando sonrió, y tras arrebatarme la taza de las manos, se dio media vuelta y salió; dejándome atontada y sin poder respirar.

Respiré profundo, y con el nuevo aire, llegó el disgusto. Lo seguí hasta la sala, en donde acababa de sentarse en el sofá, a disfrutar del café que me había robado.

- ¿Qué acabas de hacer? – le pregunté, enfadada.

- Acabo de sentarme en el sofá, ¿Por qué? – inquirió, frunciendo el ceño.

- No. No hagas como si no entendieras de qué estoy hablando. – negué con la cabeza.

- Oh, espera. – entonces se levantó, dejó la taza sobre la mesa y lentamente se acercó a mí. - ¿Te refieres a hacerte sudar y temblar en la cocina? – una sonrisa torcida y picara, afloró en su rostro.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora