56. Mi Peor Miedo

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- Fue tan extraño. – les dije a Nik y Rebekah la mañana siguiente, mientras desayunábamos.

- Probablemente sólo fue una pesadilla. – sugirió Klaus por enésima vez. Había pasado toda la noche intentando convencerme de ello, pero no lo había logrado.

- Ya te dije que no se sintió como un sueño. – negué una vez más, mientras me llevaba a la boca una cucharada de cereal. – Fue real, de alguna manera. – balbuceé con la boca llena. – Como... una especie de trance.

- ¿Así que ahora eres psíquica? – soltó Klaus, con una sonrisa burlona y Rebekah esbozó una sonrisa que intentó ocultar cuando la vi con mala cara por apoyar las idioteces de su hermano.

- No, no estoy diciendo que sea psíquica. – negué y lo fulminé con la mirada. – Sólo estoy diciendo que andemos con un ojo abierto. Mejor prevenir que lamentar.

- Bien, te escucho. – dijo entonces Rebekah, mientras se limpiaba la boca con una servilleta. – Seré muy cuidadosa hoy cuando pase todo el día recogiendo el desastre que dejó un baile al que ni siquiera asistí. – entornó los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho.

- ¿Ese es tu plan para hoy? – inquirí desinteresada.

- Sí. – asintió. – Podrías venir conmigo y darme una mano. – sugirió y de repente lució como una pequeña niña pidiendo un dulce. - ¿Por favor? – hice una mueca de desagrado. – No tienes que mover un dedo, si no quieres. Al menos hazme compañía.

- No estoy segura. – musité. – No sé si tu hermano me necesita hoy. – entonces me volví hacia Nik, y con una amplia sonrisa, pregunté: - ¿Qué estamos haciendo hoy, amor?

- Empacando. – contestó.

- ¿Qué? – respondimos Rebekah y yo al unisonio.

- Nos vamos.

- ¿Cuándo? – inquirí, desconcertada.

- Tan pronto como todo esté listo. – sonrió, tomó mi mano y suplantó un beso en ella.

- Wow, Nik... yo... - comencé, pero él no me dejó terminar.

- ¿Qué? – inquirió. - ¿Cambiaste de parecer?

- No. No es eso. – negué, dándole un sorbo a mi café. – Sé que hablamos de esto ayer, sólo... supongo que no esperaba que fuera tan... rápido. – expliqué.

- ¿Eso representa un problema para ti, querida? – inquirió, confundido.

- No, realmente no. – negué y terminé mi café. – Sólo estoy sorprendida. Eso es todo. – sonreí.

- Bueno. Con eso aclarado, sí. Nos iremos. – sonrió y miró a Rebekah, quien simplemente había permanecido al margen, con la boca entre abierta, escuchando la conversación. – Eres bienvenida a unírtenos, hermanita. – ofreció.

- ¿Qué demonios, Nik? – espetó Rebekah y sonó solo un poco molesta. - ¿Por qué no me dijiste nada?

- Bueno, acabas de escuchar... se nos ocurrió ayer. – explicó, restándole importancia. – No había tenido tiempo para decirte, pero ahora lo sabes. – sonrió y Rebekah entornó los ojos.

- ¿Entonces? – inquirió, volviéndose para mirarme. - ¿Qué harás?

- Bueno... empacar no es exactamente mi punto fuerte así que... - me encogí de hombros. – Iré contigo.

- Genial. – sonrió, tragándose la tostada que le quedaba. – Entonces, andando. – dijo, y se puso de pie al tiempo que sacudía la migajas de pan de su camisa. – No me gusta llegar tarde.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora