45. Velada Encantadora

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- Sigo sin entender porque la has vuelto a neutralizar. – le dije a Nik, refiriéndome a Rebekah... mientras me encogía de hombros.

- Sólo estoy... esperando el momento adecuado para despertar a Rebekah. – explicó por enésima vez. – Ya sabes cuan temperamental es. Preferiría despertarla cuando sienta que estoy dispuesto a tranquilizarla.

- Todo lo que digo es que mientras más tiempo pase con esa daga en su corazón... más enfadada estará cuando la despiertes. – volví a encogerme de hombros, desinteresada.

- Mira Alexandra, ya hemos tenido esta conversación. Voy a despertarla cuando esté listo, ¿bien? – inquirió y me miró a los ojos.

- ¿Quieres decir, cuando estés listo para decirle que fuiste tú quien mató a su madre? – inquirí, frunciendo el ceño.

- Sí. – respondió molesto, por el tono en el que había dicho aquello.

- Interesante... - musité, para acto seguido colocarme de pie y dirigirme al baño de la que ahora era nuestra habitación; al tiempo que lo escuchaba chasquear la lengua en frustración.

Dos semanas habían pasado desde que había decidido apagar mi humanidad... parcialmente. Gracias a Nik, quien se había encargado de mantenerme ocupada con la decoración de la casa... lo cual no me importaba en lo absoluto por lo que terminó decidiéndolo todo él; aún no había tenido la oportunidad de encontrarme con Damon, Elena o con algunas de las personas que ya no me importaban. Había pasado la mayoría del tiempo fuera del pueblo, comprando cortinas, y muebles; alfombras, lámparas y toda clase de artefactos necesarios para la que ahora era nuestra casa. Finalmente estaba terminada y era simplemente hermosa.

Grande, blanca y esplendida. Con un gran salón principal, una inmensa cocina, un elegante comedor, y diversas habitaciones y salones más pequeños, que terminaban de conformar la mansión.

Había una habitación para Rebekah, en donde su cuerpo descansaba inerte sobre una cama con sabanas purpuras. Una habitación para Elijah, con un montón de libros y artefactos antiguos en su interior. Dos habitaciones más, una para su hermano mayor, monótona y aburrida y una para su hermano menor, un poco más... moderna; de los cuales todavía no había oído ni una palabra. Quizás porque no había preguntado o quizás porque Nik había intentado evitar hablar de su familia guardada en ataúdes por él mismo. Además había tres habitaciones extras, que Nik había construido porque "nunca está de más un par de habitaciones extras".

Y por último estaba nuestra habitación, la habitación principal. La más grande de todas, con una inmensa cama que gustosamente compartíamos, un armario inmenso, grandes ventanales que daban hacia el frente de la casa, una hermosa pintura de los dos que Nik había hecho recientemente, y baño personal. También gigantesco, con ducha y una tina en la que cabían alrededor de ocho personas.

Adoraba la casa. Era simplemente perfecta. Y en las dos cortas semanas que habíamos compartido... había sido feliz. Completa y absolutamente feliz. Sólo Klaus y yo, alejados por completo del mundo exterior; a excepción de cuando algún híbrido venía a traerle noticias a Klaus sobre Stefan o su familia.

Algunas veces se sentía irreal, el saber que finalmente éramos felices... era todo demasiado perfecto. Era la vida que merecía vivir, junto al hombre al que amaba.

- ¿Sigues sin saber de tu hermana? – inquirió Klaus en voz alta, desnudo desde la cama.

- Sí. – asentí, mientras cepillaba mis cabellos y me colocaba una bata alrededor del cuerpo.

- ¿Ella no ha llamado o tú no has respondido? – continuó con el interrogatorio.

- Yo no he respondido. – contesté, sin darle importancia. – Sólo respondo algún mensaje... a veces.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora