49. Del Odio a la Amistad

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Al día siguiente cuando desperté, el sol ya inundaba de luz toda la habitación y no había rastros de Nik por ningún lugar. Me estiré y me quedé tendida en la cama, pensando si realmente tenía ganas de levantarme para afrontar aquel día. Finalmente, reuní las pocas fuerzas que me quedaban y extendí el brazo para tomar mí teléfono que se encontraba en la mesita. Sólo para sorprenderme y darme cuenta de que ya pasaba del mediodía.

Había dormido muchísimo. Y no era para menos. Me había ido a la cama agotadísima. Física y emocionalmente.

Inmediatamente me coloqué de pie y tras amarrarme el cabello en una coleta, me dispuse a bajar. Me sorprendí al darme cuenta de que la casa estaba vacía, pero mientras bebía de una de las chicas de servicio, me di cuenta de que había ruidos en el exterior de la casa; así que tras darle mi sangre para curarla, me encaminé hacia la piscina... para encontrar nada más y nada menos que a Rebekah y a Kol. Rebekah, tostándose en el sol; y Kol flotando en el medio de la piscina.

- Buenas tardes, amor. – dijo Kol con los ojos cerrados y en voz alta, mientras yo me acercaba a Rebekah.

- ¿Dónde está tu hermano? – pregunté inmediatamente, ignorando a Kol y saltándome todas las hipocresías.

Entonces Rebekah se bajó un poco los lentes de sol para verme de arriba abajo con desprecio y se los volvió a colocar.

- ¿Cuál? – inquirió, tan insoportable como siempre.

- Niklaus. – solté, intentando contenerme.

- No lo sé. – respondió, sin siquiera verme. – Probablemente esté aterrorizando inocentes. – dijo y la fulminé con la mirada.

- ¿Dónde está Elijah? – inquirí entonces, preguntando por las dos únicas personas que me agradaban aunque fuese un poquito de esa casa.

- Elijah llevó a nuestra madre y a Finn a la peluquería. – explicó. – Necesitaban un corte no tan... viejo.

- ¿Se fueron hace mucho? – insistí, porque no me agradaba la idea de estar sola en la casa con Rebekah y Kol si Elijah o Nik no estaban.

- No. – negó. - ¿Terminaste con el interrogatorio? – espetó de mala gana y yo simplemente la volví a fulminar con la mirada, me di media vuelta y volví al interior de la casa, tras intercambiar una mirada con Kol y darme cuenta de que éste sonreía... como si tuviera algo en mente.

Tan pronto como estuve en el interior de la casa, me sentí más segura. Me dirigí a la cocina a buscar algo de comer mientras tomaba mi teléfono y marcaba el número de Nik. Él atendió inmediatamente.

- ¿Dónde estás? – inquirí, intentando sonar despreocupada.

- Hola a ti también. – dijo, y entorné los ojos. – Estoy en el Grill, ¿Por qué?

- ¿Por qué me dejaste sola con Kol y Rebekah? – murmuré para que los aludidos no escucharán, mientras abría la nevera y buscaba cualquier cosa para comer. – No sé si recuerdas que tú hermana me quiere muerta y tú hermano quiere llevarme al Caribe. – espeté y lo escuché reír.

- Está bien. Ellos no te tocarán. – aseguró. – Confía en mí.

- Confío en ti. – solté tras sopesarlo un par de segundos, pues todavía no estaba en excelentes términos con Klaus. – Y no es como si yo no fuera a poner resistencia, pero me sentiría mejor si estuvieras aquí. – admití.

- Ahora son tú familia también, Alexandra. – me recordó. – No se supone que les tengas miedo.

- No les tengo... miedo. – solté, aunque quizás era un poco cierto. – Es sólo que... es incómodo, Nik. – intenté hacerle entender. – Es apenas el primer día, al menos dame tiempo para adaptarme. – pedí. – Por favor... ven a casa. Necesitamos hablar. – le recordé, porque no quería darle largas al asunto de Tatia. Quería que lo habláramos tan pronto como fuese posible porque mientras más tiempo pasara más conclusiones iba a sacar por mí misma, y después todo sería peor.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora