83. Bienvenidos a New Orleans

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New Orleans antes del verano era igual o más encantadora que antes del invierno, cuando la había visitado por última vez con Stefan y Damon. El sol resplandecía con más fuerza en el cielo y hacía que los colores de la ciudad parecieran más brillantes.

- De hecho, ayudamos a construir la ciudad en aquellos días. - relataba Klaus mientras caminábamos tomados de la mano y explorábamos un poco el mercado. - Éramos reyes. - soltó con añoranza.

- ¿Y qué ocurrió entonces? - inquirí con genuina curiosidad. Nunca me había contado que New Orleans había sido una parte tan importante de su vida. - Si era tan bueno, ¿porqué se fueron?

- Mikael nos encontró. - se lamentó y su boca formó una línea recta y pude notar que, a pesar de los años, era algo que seguía doliéndole. - Tuvimos que huir.

- Eso es una pena, amor. - me lamenté honestamente y froté su brazo con cariño. Él volvió la cabeza un poco y compartimos un dulce beso, sin detenernos en nuestro andar.

- Fue hace mucho tiempo. - intentó restarle importancia.

- Aún así. - me encogí de hombros y le di otro beso rápido cuando nos detuvimos.

- ¿Ves a esa, por allá? - inquirió y señaló a una señora de piel morena, sentada frente a una pequeña mesa en el medio de la calle. Había una bola de cristal en el centro de la mesa y diversos cristales de distintos colores a su alrededor. Además de algunas hierbas y cartas de tarot. - Ese es el verdadero encanto de New Orleans.

Habíamos estado buscando una bruja de verdad por horas y aún no habíamos tenido éxito; pero tan pronto como la mujer sintió nuestras miradas sobre ella y vislumbró a Klaus, comenzó a recoger sus cristales nerviosamente.

- Eso no es raro para nada. - bufé y apuramos el paso para interceptarla. Antes de que hubiera siquiera terminado de colocar los cristales en su gran bolsa rosada, Klaus tomó asiento en la silla vacía que había al otro extremo de la mesa.

- Buenas tardes, ¿tiene tiempo para uno más? - inquirió con una sonrisa educada y limpia.

- No tengo nada que decirte a ti. - escupió de mala gana, aunque era evidente que temblaba de miedo.

- Wow, eso es grosero. - intervine y ella me miró, con asco. - Y un poco personal para ser honestos. - hice una mueca y a seguir sonreí.

- Quizás no te conozca pero sé lo que eres. - volvía a hablarle a Klaus. - Mitad vampiro, mitad bestia. Eres el híbrido.

Klaus me miró de soslayo y esbozó una sonrisa radiante.

- Soy el híbrido Original de hecho pero, bastante cerca. - agregó socarronamente. - Estoy buscando a alguien, una bruja. - especificó, mientras yo guardaba silencio y me dedicaba a escuchar los latidos del corazón de la mujer. - Quizás pueda ayudarme a encontrarla: Jane-Anne Deveraux.

Justo ahí. Un salto y seguido, latidos fuertes y temblorosos. Desbocados.

- Lo lamento. - se disculpó. - No sé nada.

Nik me miró un segundo y yo me limité a negar con la cabeza.

- Eso es una pena porque mi chica aquí, sabe que estás mintiendo. - la bruja me miró y su labio inferior tembló ligeramente; yo me limité a dedicarle una sonrisa plana. - Sé que eres una verdadera bruja en medio de éste océano de farsantes. - Klaus gestualizó a los alrededores y tenía razón. En el mercado habían al menos cuatro mesas más de personas que intentaban atraer a los turistas haciéndose pasar por brujas. Pero cualquier que supiera algo sobre la magia de verdad, podía reconocer a las reales... simplemente por los elementos que utilizaban. - Así que basta de mentir. Tengo mal temperamento. - sonrió.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora