59. Caos

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- Damon, baja la velocidad. Vamos a estrellarnos.

Por toda respuesta Damon presionó con más fuerza el acelerador y el rugir del motor del Camaro resonó con más fuerza en mis oídos.

Tras haber arrojado el cuerpo sin vida de Alaric en el maletero, habíamos salido como una exhalación del almacén y habíamos tomado la vía hacia Mystic Falls. Damon aceleraba como desquiciado a través de las calles, que a aquellas horas de la madrugada estaban completamente desoladas. No habíamos intercambiado palabra en todo el trayecto, de hecho, pedir que bajara la velocidad eran las únicas palabras que había proliferado desde que el nombre de Elena hubiera abandonado mis labios junto a la realización de que estaba muerta.

Damon había intentado comunicarse con Stefan, fallidamente. Únicamente logró comunicarse con Jeremy, quien apenas y pudo informar que se encontraban en el hospital. El chico era un mar de lágrimas y quejidos ininteligibles. Damon había colgado el teléfono y no había vuelto a apartar los ojos de la carretera, aunque estos parecían desorbitados, como si vieran algo invisible, algo que sólo él podía ver. Yo había permanecido en silencio, mientras las lágrimas corrían por mi rostro.

No sabía a ciencia cierta por qué estaba llorando. No sabía si lloraba por Elena, la chica humana que se había convertido en una amiga y con quien había sido tan terrible durante los últimos meses... y que ahora estaba muerta, y ya no tendría oportunidad para disculparme o hacer las paces con ella. O si lloraba por Niklaus, mi amor eterno, que ahora no era más que un montón de cenizas en un ataúd plateado en un almacén en el medio de la nada. Tal vez lloraba por Alaric, y por la desesperación que había visto en sus ojos en esos últimos segundos de vida, en donde había vuelto a ser nuestro amigo. O si simplemente lloraba por mí y por el hecho de que seguía viva.

El hilo de mis pensamientos fue roto cuando el chirriar de los neumáticos me hizo levantar la cabeza rápidamente. Antes de que pudiera darme cuenta de que estábamos en el estacionamiento del hospital, Damon ya se encontraba caminando apresuradamente hacia la entrada. Inmediatamente salté del auto, sin molestarme en abrir la puerta y lo seguí, aunque me encontré con que mis piernas ponían resistencia. No quería realmente entrar en aquel hospital y lidiar con la verdad. Con el hecho de que Elena ya no estaba y que probablemente Stefan estaría hecho pedazos. No podía consolarlo; no cuando yo misma estaba necesitada de consuelo.

Sin embargo me obligué a seguirle las pisadas a Damon, tan cerca como me era posible hasta que atravesamos la entrada del hospital y nos encontramos ante un largo pasillo blanco, seguido de una amplia sala de espera en donde algunas personas permanecían sentadas; que se encontraba junto a una cabina de recepción. Damon respiraba entrecortadamente y su pecho subía y bajaba con violencia, bajo su camiseta negra y su chaqueta de cuero. Su rostro aún estaba magullado con los cortes que Alaric le había producido y sólo entonces me di cuenta de que yo misma no tenía tan buen aspecto. Ni siquiera podía recordar cuanto tiempo tenía sin tomar una ducha, ni cuantas capas de sangre tenía ya aquella camiseta que llevaba puesta... ni la sangre de cuantas personas había recolectado en ella.

Tan pronto como entramos, una mujer de tez bronceada, cabellos oscuros y grandes ojos marrones se alarmó y se acercó con paso apremiante a nosotros. Llevaba un sujetapapeles en las manos y la reconocí como Meredith Fell.

- ¿Dónde está? – inquirió Damon tan pronto como la chica se nos unió en la caminata, aunque ni Damon ni yo sabíamos exactamente a dónde dirigirnos.

- No, Damon, espera. – pidió Meredith intentando sujetarlo del brazo y detenerlo, pero Damon continuó caminando, ahora arrastrándola a ella con él.

- ¡¿Dónde está?! – preguntó, ésta vez alzando la voz unas cuantas octavas y sus ojos seguían sin ver a ningún lugar.

Sorpresivamente, Meredith hizo acopio de una fuerza considerable y halando a Damon del brazo con brusquedad, logró que este se detuviera y por fin clavara la mirada en ella. La miró furibundo, como si deseara comérsela ahí mismo.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora