75. Alianzas Desesperadas

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El horrible dolor en el cuello, demasiado familiar a mi pesar, fue lo que me despertó más tarde... y descubrí que yacía tendida en mi cama en la residencia Salvatore. Me incorporé, frotando mi cuello con mi mano derecha.

Maldito Damon. Me había roto el cuello.

Con una abrumante sensación de cansancio salí al pasillo y me encaminé hacia las escaleras. Podía escuchar murmullos. Cuando finalmente llegué a la mitad de las escaleras, descubrí que se trataba de Stefan y Elena.

- Necesito hablar con él. - demandó Elena y sonaba un poco alterada.

- Bueno, no puedes. - respondió Stefan, inexpresivo. - Te pedirá que lo dejes salir. - soltó entonces como si fuera obvio.

- No lo dejaré salir. - replicó Elena casi a la defensiva. Cómo si se sintiera acusada de algo.

- No tendrás alternativa. - contradijo Stefan sin siquiera un atisbo de delicadeza. Su voz era fría, mecánica. - Estás vinculada a él. - hubo un silencio que incluso desde dónde me encontraba, y sin poder verlos, resultaba incómodo. - ¿Algo más? - ahora sólo estaba siendo atorrante.

- Stefan, ¿qué estás haciendo con Rebekah? - fruncí el ceño. Si Stefan había estado con Rebekah, yo tampoco podía evitar preguntarme porqué. - Ella intentó matarme. - Elena sonaba indignada, como si se sintiera traicionada por el comportamiento de Stefan.

- Y ésta sería la segunda vez que Damon intenta matar a Jeremy. - soltó y aunque no lo veía, sabía que se había encogido de hombros. - Supongo que nadie es perfecto, ¿verdad?

Incluso a mí me habían dolido aquellas palabras. Elena hizo una pausa antes de chillar:

- ¿Estás intentando castigarme? - su voz se había alzado un par octavas. - ¡No sé cuántas veces debo disculparme!

- Nunca te pedí que lo hicieras. - Stefan sonaba calculador, premeditado. - Puedes hacer lo que quieras, Elena. De verdad no me importa.

- Estás dolido. - soltó Elena, como si esa fuera la única excusa posible para que Stefan la tratara de aquella manera. - Estás dolido y por eso hablas así. Éste no eres tú, Stefan. - intentó hacerlo recapacitar.

- Claro que lo soy. - soltó Stefan tras una risa queda, igual de fría que su voz. - Es sólo que nunca me has visto así. - para ese momento ya había descendido todos los peldaños de la escalera y sólo me encontraba de pie en medio del corredor, esperando que la conversación dejara de ser tan incómoda para poder salir a averiguar qué demonios había sucedido. - No sabes cómo soy cuando no estoy enamorado de ti. - y eso último había sido peor que una cachetada. Hubo un silencio ensordecedor y la atmósfera era tan densa que podía cortarse con un cuchillo. - Le diré a Damon que pasaste a saludar. - y ahora la corría de la casa. Realmente debía estar muy dolido.

Tras unos segundos de más silencio incómodo escuché como los pies de Elena salían a grandes y rápidas zancadas de la casa. Sólo entonces salí al recibidor, para encontrarme a Stefan de pie, con la vista fija en la puerta y las manos en los bolsillos de la cazadora de cuero.

- Eso fue un poco duro. - comenté y él se volvió enseguida y me miró con expresión cansina. - Especialmente para ti. - esbozó una mueca triste y se encogió de hombros. Yo me adelanté y lo rodeé con ambos brazos y planté un beso en su mejilla. - Realmente ese no eres tú, ¿de acuerdo? - retrocedí para mirarlo a la cara y él bajó la mirada, ligeramente avergonzado. - Sé que estás molesto, pero no dejes que eso te cambié, ¿bien? - entonces me miró directo a los ojos y dió un asentimiento de cabeza casi imperceptible. - Ahora, - inhalé con fuerza, sintiéndome bastante enojada. - ¿dónde está el imbécil de tu hermano? Le prometí que iba a matarlo y eso fue antes de que quebrara mi cuello.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora