12. Chicago, Diarios y Encuentro Inesperado

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- Por supuesto que espero que lo encontremos, – comentó Damon, cuando llevábamos varias horas de haber abandonado Mystic Falls. – porque apestaría que tu último recuerdo de Stefan fuera ese miserable y viejo collar. – entonces Elena llevó la mano al collar de verbena que llevaba en su cuello, y sus ojos brillaron con una mezcla de tristeza, añoranza y ensueño.

- Damon... - lo reprendí. – Por supuesto que lo encontraremos, y no tienes porque hablar así. – lo miré de reojo.

- Es una antigüedad, Damon. – se defendió Elena. – Como tú.

- Ouch. – me limité a susurrar, Damon me fulminó con la mirada y acto siguiente, sin siquiera mirar a la desierta carretea, rebuscó bajo su asiento y extrajo un diario... uno muy viejo, que reconocí como uno de los tantos que Stefan acumulaba en las repisas de su habitación, donde se almacenaban décadas de historia personal, que Stefan tanto amaba escribir en la débiles paginas de aquellos pequeños libros tapizados en cuero, o debería decir ¿el antiguo Stefan?

- Lee esto. – entonces le tendió el diario a Elena. – Pinta una pequeña y linda foto de la primera experiencia de Stefan en Chicago.

- ¡Oh Dios mío, Damon! – exclamé incrédula. - ¿Leíste sus diarios?

- Si. – se encogió de hombros. – No son tan patéticos como los imaginas. En realidad, tienen momentos que hasta se podrían considerar interesantes, y la manera en que expresa su odio hacia mí es tan... poética... pura... - Damon sonrió cínicamente. – Creo que tendría futuro como escritor por toda la eternidad.

- Lo único patético aquí, eres tú. – lo miré.

- Gracias. – sonrió. – Me has llamado peor. – dijo y agitó el diario, urgiendo a Elena a que lo tomara.

- Es el diario de Stefan. – dijo ésta, como si no fuera lo suficientemente obvio. – No voy a invadir sus pensamientos privados. – se negó.

- Necesitas estar preparada para lo que verás. – insistió Damon.

- He visto a Stefan en sus periodos más oscuros. – dijo Elena, hinchando el pecho con orgullo, y no pude evitar mirarla con la burla escrita en mis ojos. – Puedo manejarlo.

- Ok. Tú lo pediste. – dijo Damon tras resoplar y abrió el diario, y con una sola mano abrió una de las páginas. – Aquí hay una. 12 de marzo de 1922. – recitó y entonces comenzó a leer en lo que era una pobre imitación de la voz de Stefan, pobre... pero un tanto divertida. – "Me he desmayado por algunos días. Despierto en la sangre de extraños, en lugar que no reconozco, con mujeres que no recuerdo." – Entonces Damon hizo una pausa, me miró y con los ojos abiertos como platos soltó un gritito. – Estoy conmocionado ¿Stefan no es virgen?

Justo entonces, mientras no pude evitar soltar una carcajada, Elena le arrancó el diario de las manos a Damon y comenzó a cerrarlo, mientras decía:

- Ojos en la carretera, abuela. – solté otra risotada.

- Como quieras. – Damon se encogió de hombros y sostuvo con ambas manos el volante.

- Solo maneja, así podemos llegar más rápido. – aconsejé.

- Deseo concedió. – sonrió. – Bienvenida a Chicago.

Entonces me asomé y por la ventanilla del carro vi como una gran ciudad de hermosas edificaciones se alzaba sobre nosotros. Nadie más dijo absolutamente nada y los sonidos de la ciudad era lo único que se escuchaba en el interior del auto.

Damon condujo por la ciudad, y no fue sino en el callejón más horrendo, en donde se detuvo.

- Vamos. – nos llamó, mientras bajaba del auto.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora