50. Ira

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- Hey, ¿puedes darme una mano? – le pedí a Nik, que se encontraba sentado en la cama amarrándose los zapatos, que me ayudara a subir el cierre del vestido.

- Claro. – asintió levantándose y acercándose a mí, desde mis espaldas. – Si tú también me das una mano. – pidió y yo sonreí, a sabiendas de que tenía cerca de diez minutos intentando colocarse el lazo.

Luego de que Kol hubiese dejado mi habitación, me dispuse a salir para que me maquillaran y retocaran un poco más el cabello. Nik había llegado casi inmediatamente y se había dispuesto a prepararse también. Faltaba menos de una hora para el baile. Y a pesar de que a Rebekah no le cabía la alegría en el cuerpo... yo no podía estar menos entusiasmada. Todo lo que esperaba era pasar una noche agradable con Nik, nada más.

- Gracias. – sonreí, cuando Nik plantó un beso en mi clavícula tras cerrar el vestido; y me volví para arreglarle el lazo, mientras él aprovechó para echar sus brazos alrededor de mi cintura.

- Te ves... perfecta. – sonrió ampliamente y me besó.

- Si me mueves no puedo hacer esto, ¿sabes? – bromeé, cuando nos hubimos separado y reanudé mi trabajo. Nik rió. – Listo. – anuncié cuando hube terminado y él se miró en el espejo.

- Es más difícil de lo que parece. – dijo, al tiempo que sacaba una pequeña cajita del interior de su saco. – Tengo algo para ti. – sonrió y se acercó, para tenderme la cajita.

- ¡Nik! – exclamé a manera de protesta. – Sabes que odio los regalos. – me quejé y lo miré haciendo puchero y él rió.

- Vamos, es una ocasión especial. – se defendió. – Ábrelo. – pidió, y tras entornar los ojos no me quedó de otra más que abrirlo.

En el interior de la caja, reposaba un hermoso brazalete de diamantes... brillando con intensidad.

- Oh por Dios... - balbuceé, con la boca abierta. – Nik, esto... esto es demasiado. – lo miré, entre sorprendida y aturdida. – No puedo aceptarlo. – negué con la cabeza, anonadada.

- Sí, si puedes. – contradijo y me arrebató la caja, y sacó el brazalete. – Y lo harás. – exigió, con una sonrisa persuasiva. – Además, es tiempo de que te deshagas de esa barajita que siempre cargas. – dijo, fulminando con los ojos el brazalete que adornaba mi muñeca derecha. El brazalete que Damon me había dado.

Sonreí y me quité el brazalete que Damon me había dado, para que Nik pudiera ponerme el que él había comprado. Él sonreía mientras me colocaba el adorno, con cierto orgullo. Cuando hubo terminado, dejé caer mi brazo y observé como los diamantes brillaban bajo la luz de la habitación.

- Es hermoso, me encanta. – sonreí y lancé mis brazos alrededor de su cuello. – Gracias. – entonces deposité un pequeño beso en sus labios, y me dirigí a la mesa, y guardé el otro brazalete en la caja en donde guardaba mis pertenencias.

Cuando me volví de nuevo hacia Nik, él me miraba cara de pocos amigos.

- ¿Qué? – inquirí con el ceño fruncido, sin saber que le ocurría.

- Dije que podías deshacerte de eso. – espetó con asco, y me fulminó con la mirada.

- No voy a botarlo, Nik. – negué con la cabeza, y reí con incredulidad.

- ¿Porque? – entrecerró los ojos.

- Porque me gusta. – respondí encogiéndome de hombros, restándole importancia.

- Bien. – escupió entonces de mala gana y salió de la habitación a grandes zancadas, dejándome sola y sin entender muy qué era lo que había acabado de pasar.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora