86. Sonrisas, Lágrimas y el Fin del Mundo

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Había pasado casi una semana desde la discusión que había tenido con Stefan y Damon. Habían intentando llamarme un par de veces los primeros días, pero por suerte habían comprendido que sólo quería estar sola y me habían dejado en paz. Incluso Rebekah lo había entendido y había dejado de preguntarme constantemente cómo estaba. Su apoyo había pasado a ser más silencioso y comprensivo. Por ejemplo, un par de noches atrás en la que había pasado toda la madrugada en posición fetal, llorando en mi cama, no me había preguntado que ocurría. En lugar de eso, había entrado silenciosamente en mi habitación, había apartado las sábanas y se había acostado a mi lado, abrazándome. Pero no había dicho una palabra.

Estaba dejando atrás la etapa del odio y entrando en la etapa del desconsuelo, por lo que no estaba bebiendo tanto... pero ahora parecía que lloraba todo el alcohol que había ingerido la semana previa. Llorar era agotador e inútil, pero no podía evitarlo.

Había notado que Niklaus actuaba extraño la misma noche que volví con Elijah y Rebekah de Pensilvania. Y luego había estado lo de Silas y cómo me había mentido al respecto. No podía evitar preguntarme, ¿si Hayley no hubiera quedado embarazada, me habría dicho alguna vez lo que había sucedido?

Yo había dormido con su hermano menor, que era considerablemente peor que simplemente dormir con un desconocido... pero al menos había tenido las agallas de decírselo; o eso había intentado antes de que Kol arruinara todo.

Yo habría podido entenderlo. Quiero decir, no tenía moral para castigarlo por algo como eso. Los humanos en relaciones dormían con otras personas todo el tiempo... y ellos sólo vivían una vida. Cualquier idiota enamorado que creyera la historia de que compartir la inmortalidad con alguien implicaba fidelidad ciega, no era más que eso... un idiota.

Pero el dolor que sentía, era mucho más profundo que aquello. No era sobre, una noche de sexo borracho o lo que fuese... se trataba de mí y de la oportunidad que nunca tendría.

Yo nunca podría darle una familia a Niklaus. No es que tener una familia hubiese sido mi sueño o algo por el estilo, ¿honestamente? los niños me asustaban. Eran pequeñas bolitas de carne que expulsaban fluidos constantemente. La maternidad nunca había sido mi mayor sueño, o mi gran debilidad. Ni siquiera cuando era humana. Y nunca lo habíamos discutido, Niklaus y yo, porque... simplemente sabíamos que era imposible. Nunca tuvo importancia... hasta que ocurrió.

Ahora resultaba ser un gran problema. Uno que, no estaba cien por ciento segura de dónde me dejaba. Uno que, me desconcertaba y me hacía sentir como una tonta sin importar desde que punto de vista lo abordara.

Él había querido que me quedara en New Orleans y lo ayudara pero ¿cómo? No era como que Hayley tuviera la culpa tampoco, la verdad era que ella no me debía nada pero, ¿cómo podía quedarme en New Orleans para ver su vientre crecer y desarrollarse, día tras día, hasta que un bebé milagroso saliera expulsado de su vagina? Simplemente no podía. La idea por sí sola era suficiente para generarme ansiedad. Sería demasiado doloroso.

No significaba que le deseara ningún mal a la pequeña criatura milagrosa; al contrario, varias noches, entre lágrimas, había deseado su bienestar y su felicidad futura. Pero eso no significaba que yo pudiera formar parte de ella. Sería siempre un recordatorio doloroso de lo que yo nunca podría tener.

Reflexionaba sobre todo aquello, mientras tendida en la cama y con lágrimas lavando mi rostro, deslizaba el dedo a través de la pantalla de mi teléfono viendo mis fotos con Nik. Lo extrañaba, y eso era lo peor. Estaba llorando por una foto que tenía de él durmiendo plácidamente, cuando todas las luces de la casa se apagaron de repente, y un ventarrón comenzó a soplar.

- ¿Qué demonios? - fruncí el ceño y me incorporé, secándome el rostro con la manga del suéter que traía puesto.

No escuché nada más que el implacable sonido de la brisa en el exterior, por lo que me preparaba para volver a tumbarme, cuando mi teléfono sonó. Era Damon. Y no podía ser coincidencia que me llamara en aquel instante, después de no haberme llamado por días.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora