72. La Sangrienta Navidad de los Corazones Rotos

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El sol se había alzado sobre New Orleans y Stefan y yo esperábamos sentados en una banca, frente al café dónde Damon "dejaba ir" a Charlotte.

La noche anterior, tras el fracaso que había resultado ser aquel viaje Damon y Stefan habían tomado rumbos diferentes. Había sido como si no hubiesen podido tolerar la presencia del otro. Por lo que yo había seguido a Stefan y habíamos terminado en un bar, emborrachándonos hasta la madrugada. Ahora, mientras ajustaba las gafas oscuras que había tenido que ponerme en un intento por ocultar mi resaca, me arrepentía de haber bebido tanto.

- Si Damon se tarda cinco minutos más, juro que tendré que buscar algo para comer. - Stefan me miró de reojo. También llevaba lentes oscuros y sus cabellos estaban más despeinados de lo normal. Por suerte, Damon sería el que manejaría de regreso a Mystic Falls.

Un par de minutos más tarde, Damon salió del café. Su andar era majestuoso, confiado y recordaba a una pantera negra. Se dirigió directamente a nosotros y nos observó despectivamente sin decir nada.

- ¿Cómo te fue? - inquirí en un tono de voz moderado, porque la cabeza me iba a explotar.

- La dejé ir. - soltó inexpresivo y sin dar demasiadas explicaciones, en una clásica actitud de Damon.

- Debió ser difícil, ¿no? - intervino Stefan y Damon entornó los ojos. - Hacer lo correcto a pesar de que no es lo que quieres hacer. - sabía, que a través de las gafas, los ojos de Stefan escudriñaban el rostro de Damon.

- Llega al punto, Stefan. - soltó Damon de mala gana y es que desde la noche anterior, había perdido la tolerancia a las interacciones pasivo-agresivas de su hermano. - Crees que no voy a ser capaz de hacer lo que tengo que hacer cuando tenga que decirle a Elena que se mantenga alejada de mi. - no era una pregunta.

- Bueno, el desinterés no es uno de tus fuertes, Damon. - Stefan se encogió de hombros, como si no estuviera más que exponiendo un hecho.

- ¿Sí? - inquirió Damon, visiblemente molesto, abriendo mucho los ojos. - Un día de éstos te vas a dar cuenta de que no me conoces tanto como crees, hermanito. - le dedicó una sonrisa hipócrita a su hermano menor y lo fulminó con la mirada.

- ¿Eso qué significa? - retó el menor de los Salvatore.

- La razón por la que no me fui contigo a la guerra en 1942, fue porque Lexi dijo que sería una mala idea. - respondió Damon, mirando hacia un punto por encima de nuestras cabezas. Stefan se quitó los lentes y lo miró a la cara. - Dijo que terminaría convirtiéndote en el Destripador de Monterrey otra vez. - miré a Stefan de reojo, justo para alcanzar a ver cómo bajaba la cabeza, apenado. - Así que te dejé ir, porque era lo mejor para ti. Aunque no lo era para mí. - Damon carraspeó un poco, pero nunca miró a Stefan a la cara. Era como si, de alguna manera, Damon quisiera aclarar eso mientras todavía estuviéramos en New Orleans. Como si no deseara cargar esa valija de regreso a casa.

Tras unos cuántos segundos en silencio, Stefan sólo fue capaz de negar con la cabeza y decir:

- Lo siento. No tenía idea. - pude reconocer por el tono de su voz que su orgullo había desaparecido.

- No te preocupes. - Damon volvió a tomar su tono despreocupado e insolente. - Sé lo que tengo que hacer, Stefan.

Otro silencio se cernió entre los hermanos y yo aproveché para ponerme en pie. Me tambaleé un poco y sujeté mi cabeza con mis manos.

- Bueno, vámonos entonces. - alenté, mirándolos alternadamente. - Creo que todos hemos tenido suficiente de New Orleans.

Ambos asintieron y en silencio nos encaminamos al Camaro, que Damon habían aparcado un par de cuadras más abajo. Con el sol calentando nuestras pieles y la música que comenzaba a llenar la ciudad, nos alejamos, ansiosos por llegar a casa.


Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora