60. Promesa

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- Eso es realmente divertido, Damon. - le espeté fulminándolo con la mirada, mientras intentaba cubrir mis pechos con mis brazos, aunque tenía que admitir que no me sentía particularmente incómoda. Lo hacía más porque sabía que no era correcto, que porque me molestara. – De verdad.

- Oh, vamos. – hizo un gesto con la mano, restándole importancia al asunto. - ¿No puede un hombre tener un poco de diversión cuando todo se va a la mierda? – entonces exhibió una sonrisa esplendida, que sabía que escondía un montón de razones para preocuparme.

- ¿A qué te refieres con todo se va a la mierda? – no era que no estuviera de acuerdo con aquello, pero tenía el presentimiento de que lo que acababa de pasar en la mansión tenía que ver con el comentario de Damon.

- Veamos... - inhaló profundo, como si se preparara para dar un gran discurso. – Alaric está muerto, - comenzó a enumerar con los dedos de la mano que no tenía al volante. – Elena está en transición porque Stefan fue lo suficientemente estúpido como para hacerle caso y salvar al quarterback primero, – lo volví a fulminar con la mirada. – el consejo sabe que todos somos grandes y malvados vampiros, secuestraron a Caroline, Stefan y Elena, quien por cierto no se ha alimentado porque ella y Stefan son tan ilusos como para creer que existe una opción número tres...

- ¡¿Qué?! – exclamé, alarmada.

- ... y sospecho que acaban de llevarse también a Rebekah porque estoy bastante seguro de que los vi atravesar su corazón con una de sus flechas especiales. – entonces volvió a colocar ambas manos en el volante. - ¿Ves? Me quedé sin dedos. – me dedicó una mirada rápida y agregó: - tú cayendo del cielo, desnuda, en mi auto... es lo mejor que me ha pasado en los últimos días. – entorné los ojos.

- ¿Vas a darme tú chaqueta o no? – inquirí, alzando las cejas.

- ¡Vamos! – se quejó. – Déjame disfrutar esto. – entonces esbozó una sonrisa inocente. - ¿Qué pasó con toda esa confesión romántica que compartimos cuando creímos que moriríamos? – un puchero adornó sus labios.

- Pasó que no morimos, yo estoy de luto, tú estás molesto por la decisión de Elena, rabioso porque está en transición y realmente no encuentras esto divertido... simplemente estás desviando tus emociones. – le espeté, girándome para verlo directamente a los ojos, que ni siquiera se molestaba por fijar en la carretera en aquel momento. Una sonrisa fingida se abrió pasó en mi rostro.

Damon abrió la boca y la volvió a cerrar, frunció el ceño un par de veces, pero no respondió. Era como si ninguna respuesta ingeniosa le viniera a la mente. Así que simplemente terminó por sacarse la chaqueta de cuero para tendérmela unos segundos después. Tomé la chaqueta y me la coloqué, cerrando el zipper. Ahora sólo debía conseguir un pantalón y unos zapatos, debería ser sencillo.

- ¿Qué estamos haciendo? – inquirí tras un par de minutos en silencio.

- Dejé a Liz y a Meredith buscando una localización hacia dónde se los han podido llevar. – respondió con sencillez, ahora sin apartar los ojos de la carretera.

- ¿Y qué estabas haciendo en la mansión? – continué con el interrogatorio.

- Intentaba estacar a Rebekah con esto. – entonces metió la mano debajo del asiento y sacó la estaca de roble blanco que había acabado con la vida de Niklaus. Abrí los ojos como platos. – Fallé, si no es obvio. – intentó excusarse cuando lo fulminé con la mirada.

- ¿Puedes dejar de atentar contra mi familia? – espeté sagazmente. - ¿Por favor?

- E intentaba reclutarte para la misión de rescate. – me dirigió una mirada de soslayo, ignorando mi reclamo. – Pensé que también había fallado pero... aquí estás. – volvió a sonreír.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora