29. Lexi

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- ¡Damon! – fue lo único que conseguí decir... o más bien, gritar.

Por alguna razón, cuando la angustia me había golpeado, a quien había recurrido primero era a Damon. Me quedé de piedra, incorporada en la cama, con los ojos abiertos como platos... pero Damon nunca apareció.

Fruncí el ceño, a sabiendas de que algo no andaba bien. Algunas veces en las noches, con una sólo exhalación de angustia, Damon aparecía en mi puerta. Despeinado, en ropa interior y con los ojos abiertos como platos. Y acaba de gritar, específicamente, su nombre. Así que... obviamente algo andaba mal.

Salí de debajo de las sábanas, con el ceño fruncido y automáticamente me dirigí a la habitación de Damon. Pero él no estaba. Entonces cuando comenzaba a darme cuenta de que me estaba preocupando demasiado, y simplemente había salido temprano al pueblo, probablemente a hacer algo relacionado con el consejo... un alarido proveniente del piso de abajo me sobresaltó. Era Damon.

Bajé a velocidad vampírica, y lo que vi cuando llegué a la sala me sorprendió y me dejó sin aliento.

Damon se encontraba atado a una silla con cadenas, mientras uno de los hierros de la chimenea se encontraba atravesando su pecho. Pero eso no era todo. La peor parte era que las ventanas estaban abiertas, permitiéndole la entrada al sol, y poniéndolo en contacto con su piel... mientras su anillo de Lapis Lazuli descansaba a unos cuantos metros... en el suelo.

Se estaba quemando en el sol... literalmente. Y sus gritos, fueron los que me hicieron volver al lugar en el que me encontraba. Corrí e inmediatamente cerré las cortinas, y mientras tomaba el anillo del piso, los gritos de Damon cesaron... y él comenzó a sanar.

- ¿Estás bien? – inquirí preocupada, mientras tomaba el anillo del suelo.

Pero antes de que pudiera colocarlo en su dedo, las cortinas se volvieron a abrir y los gritos de Damon reanudaron. Mire alrededor... pero no había nadie.

- ¿Qué demonios es esto? – murmuré, tras instantáneamente colocarle el anillo. - ¿Estás bien? – inquirí entonces, mientras sacaba el hierro de su pecho.

Damon gruñó, mientras su piel seguía sanando.

- Sí, estoy bien. – jadeó.

Entonces, abruptamente me volví hacia la entrada, cuando sentí la presencia de alguien... era Stefan.

- ¿Qué demonios le pasó? – preguntó, con una sonrisa petulante, mientras se recargaba en el marco de la entrada.

- No. – negué. - ¿Qué demonios le hiciste? – entonces me abalancé sobre él y lo pegué contra la pared, para después con mi mano alrededor de su cuello... alzarlo. – Sea cual sea este jueguito de destripador que intentas jugar... déjalo fuera de esto. – dije, amenazándolo. – O me veré obligada a arrancarte la garganta.

- No hice esto. – me dijo, mientras intentaba apartar mis manos de su garganta... pero le era imposible.

- ¡Deja de mentir! – entonces lo zarandeé. - ¡Claro que lo hiciste!

- ¡No lo hice! – gritó como le fue posible.

- Alexa... - murmuró Damon, aún adolorido. – No fue él.

- ¿Si? ¿Cómo lo sabes? – inquirí, sin soltar a Stefan.

- Porque sé exactamente quien lo hizo.

Entonces me detuve en seco, y miré a Damon de reojo. Después miré a Stefan a los ojos, y tras fulminarlo con la mirada... lo solté. Éste cayó al suelo, gruñendo como un animal rabioso y cuando se levantó, intentó asestarme un golpe... pero paralicé su mano a media trayectoria, y la apreté, hasta que sus nudillos comenzaron a crujir.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora