20. Disculpas Rubias

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El día siguiente al despertar, lo último que recordaba, era haber terminado sudados, jadeando y gimiendo, agotados... pero complacidos; uno sobre el otro. Yo sobre Damon, más específicamente. Pero, en aquellos momentos, no había señales de Damon por ningún lugar. Sólo era yo, desnuda, entre las blancas sábanas de seda de su cama.

Me desperecé, y mientras me frotaba los ojos, tomé una camisa negra del armario de Damon y me la coloqué. Salí al pasillo y miré a mi alrededor extrañada, pues, a mi parecer, la casa estaba vacía. Probablemente Damon había salido temprano y le estaba agradecida. No podía imaginar cuan incómodo habría sido el despertar, si él aún estuviera en la cama.

Anoche todo había sido increíble, mejor que las veces anteriores. O quizás era el simple hecho de que haber pasado dos meses sin probar ni gota de Damon, había intensificado la experiencia. Pero había sido solo una cosa. Sexo. Nada más; solo una noche de lujuria y pasión. Por lo que mis esperanzas de recuperar a Damon seguían igual de vanas. Esto no cambiaría nada y nosotros seguiríamos adelante, recordando la noche anterior como una magnifica, pero hasta ahí. Sin sobrevalorarla, sin darle una prescindible importancia.

Respiré profundo al sopesarlo minuciosamente. Mientras lentamente, levantaba mi vestido del suelo del pasillo, recordé algo. Alaric. Pero en la casa no había rastros de nadie; desesperé cuando me di cuenta de que los latidos de su corazón no parecían llegar a mis oídos. Inmediatamente, corrí en dirección a la habitación en la cual Damon lo había dejado. Entré con un portazo, pero el cuarto estaba completamente vacío. Respiré profundo y sonreí.

Estaba vivo. Y al parecer, lo suficientemente bien como para salir a la calle.

Una vez comprobado que Alaric no había muerto y su anillo seguía funcionando a la perfección, me encaminé hacia la planta baja de la casa. Una vez en las escaleras, me detuve; y no pude evitar sonrojarme ante el desastre que se expandía frente a mis ojos. La camisa de Damon, los adornos de la pequeña mesa, los cuadros de las paredes... todos esparcidos desordenadamente por el suelo. Era como si un torbellino hubiera ocurrido dentro de la casa. Seguí bajando las escaleras en la espera de que Damon se asomara por algún lugar, pero al parecer, tenía razón y la casa estaba totalmente sola.

No recordaba cuando había sido la última vez que había tenido un desayuno decente, así que automáticamente, me dispuse a bajar al sótano y tras tomar un par de bolsas de sangre, regresé al recibidor y me dirigí al bar en busca de un vaso de cristal.

Pero una vez en el bar, hubo algo que atrajo mi atención; era una hoja de papel, aparentemente en blanco, colocada cuidadosamente sobre la mesita que adornaba la estancia. Tras servirme un vaso con sangre y darle un sorbo al contenido, me acerqué a la mesa, para comprobar que el papel llevaba sobre sí, escrito con pluma y en una letra; desordenada pero al mismo tiempo agraciada que reconocería hasta en los confines de la tierra, un mensaje... y era para mí.

Investigando. Viaje de carretera. Cuando volvamos te pondré al tanto.

Te quiero, K.

Ahora sabía dónde estaba Damon. Bueno... parcialmente. Inmediatamente, tomé mi teléfono y llamé al de Damon. Cuando estaba a punto de redirigirme al buzón, atendieron.

- ¿Dónde están? – pregunté, a sabiendas de quien poseía el teléfono.

- ¿Qué parte de "Cuando volvamos te pondré al tanto", no fue lo suficientemente explícita?

- ¿Dónde están? – insistí, con voz de piedra.

- Investigando.

- Deja de jugar, Katherine. Pásame a Damon. – pedí, mientras escuchaba a mi hermana suspirar desde el otro lado del teléfono.

Alexandra Petrova: De Regreso en Mystic FallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora