Té inglés

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Era un prodigio. En la escuela del Timo los maestros no tenían ningún problema en vociferar en frente de todos los estudiantes linfáticos que el muchacho de cabellera castaña y anteojos algún día liberaría las tropas de defensa.

Un líder natural, fuerte, imparable, sumamente inteligente, una mirada penetrante y certero.

Con forme crecía, su talento igual. Era respetado y admirado por todos, ya todos daban por hecho que una vez graduados ese muchacho sería un líder más, y es qué, lo tenía todo para serlo.

Tanto eran lo elogios que recibía día con día, que comenzó a creerlo también. Que graduarse significaría que el lideraría las tropas en el futuro, que sería el primero en el frente de batalla, con su uniforme negro, su gorra diciendo "Kill" y esperando la señal para salir a acabar con cualquier enemigo que se les escapase a los demás. Hasta ese entonces, él ya había aceptado "su destino".

Fue hasta cuando se dió cuenta que había alguien más capacitado que él que comenzó a cuestionarse. Ese muchacho de cabellera rubia, era ... Un tonto.
Algo como sus compañeros solían decir en murmullos a veces: "un perfecto imbécil".

Ese tipo de ojos ambarinos, piel tostada, y cabellos rubios era débil. Era ingenuo, creía todo lo que le decían.
Eran tan torpe, que inventaba sus propios golpes en vez de seguir el manual. Salía solo de noche a entrenar para alcanzar a los demás, entendió porque de día aparecía con los nudillos lastimados, porque parecía cansado y dolorido.

"Tarado, debe rendir frente a los maestros. No sirve ser bueno en secreto si no te pueden calificar por eso. Solo va a conseguir que lo reprueben".

Mientras él observaba a distancia al "tarado" entrenar, comenzó a cuestionarse esa cosa que llamaban destino.

Muchos decían que el destino de ese "tarado" era terminar en el bazo por inútil. Que no sería capaz de pasar el exámen de graduación, que debía aceptarlo de una vez y dejar de perder su tiempo y el de los maestros. Más ahí estaba una vez más, solo, escondido entre los árboles en medio de la oscuridad entrenando solo.

"El imbécil no se rinde".

Lo observaba entrenar solo y si bien algo había mejorado, seguía cometiendo el mismo error: Era bruto.
Le daba mucho valor a la fuerza del golpe y no la eficacia. Quizás con un poco de instrucciones sería buen soldado. El rubio no era capaz de entender que más fuerza no significaba mejor golpe, era el punto dónde se infringida el impacto el que tenía mayor peso por sobre la fuerza ejercida y al parecer ese muchacho no lo había entendido.
El castaño se sintió un poco culpable por eso, él también solía molestarlo, igual que varios de sus compañeros, quizás con tanta presión sobre sí, ese pobre muchacho debilucho solo quería entrenar su fuerza para dejar de ser eso; el débil.

Sabía que no debía salir de los dormitorios, aún menos a espiar el entrenamiento de un tipo al que ni siquiera consideraba su amigo. Sin embargo, por alguna razón que no lograba entender, verlo intentar y fracasar escondido lo hacía pensar sobre sus propios errores, sus propias falencias. A la tercera noche, comenzó a ocurrir algo extraño al volver a su dormitorio: Cada vez que volvía, había un vaso desechable con té verde levemente endulzado junto a su mesita de noche y tres galletas.
El té aún tibio, las galletas frescas, como si alguien lo pusiera ahí poco antes de que él fuera a volver.

Significaba una cosa: alguien sabía que estaba saliendo a espiar al tarado.  Pero no lograba entender quién, y por qué hacía algo como eso. Él no tenía muchos amigos, ni siquiera sus aduladores entraban en la categoría de amigos.

Él té era agradable, las galletas deliciosas.

"Gracias extraño"

Era curioso, dormía mejor desde ese día.

Hataraku Saibou (Historias breves)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora