Eren Redfield Padre, y el recuerdo de Nea

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Un joven pelirrojo de piel blanca, ojos ambarinos más oscuros que la gema, un buen físico, propio del cuidado personal que exige su nivel. Entraba detrás de su abuelo, un hombre mal humorado, ambicioso, frío y calculador a la sala de una despampanante "casa". Seguramente en el pasado fue un castillo de veraneo o algo así, de condes o quizás los mismos reyes del imperio alemán en el pasado, pensaba el joven Eren mirando impresionado las paredes de piedra del lugar.

En la sala principal, apareció un hombre de aspecto bonachón, algo robusto, con un peculiar bigote, el cabello tan rubio que por poco era blanco y unos ojos verdes como esmeraldas. Lo que más saltaba a la vista eran sus peculiares anteojos redondos con un muy fino marco seguramente de oro que hacian que se le viera la nariz más redonda de lo que ya era.

- ¡Ah! ¡Ya llegaron! ¡Willkommen in meinem Zuhause! (Bienvenidos sean a mi hogar) - Eren tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no reír al ver a su abuelo con el rostro azul por un fuerte y fraternal abrazo del dueño de casa al recién llegado.

- Ya, ya dame mi espacio Frank - exigió el anciano estirando su abrigo.
Al joven Eren le resultó cómico el acento alemán, por solidaridad con el recién llegado, el dueño de casa hablaba su idioma más no podía ocultar el acento nativo, le resultaba divertido como remarcaban la "r" y la "g" al hablar.

- Ah, Redfield. No se te quita lo gruñón - se quejó entre risas el hombre bonachón abrazando ahora al menor. - Haces bien en dejarme a este niño, cuando vuelva contigo hablará el alemán mejor que yo - celebró el dueño de casa.

Eren no estuvo de acuerdo nunca en irse a Alemania a mejorar el idioma, pero estaba obligado por su abuelo. Era obligatorio manejar al menos tres idiomas "para hacer buenos negocios, leer bien contratos y ampliar los horizontes en el mercado". El lado positivo, sería que estaría unos meses lejos de la presencia del amargado anciano, que de por sí ya repudiaba por obligarlo a comprometerse con la hija de un socio de él. Claro, el matrimonio sería en unos años más, pero la sola idea le asqueaba.

El bonachón hombre lo guió a una bella recámara, con vista al jardín. Le digo que descansara, que se pusiera cómodo y que en unas horas lo llamarían a cenar.

Eren sacó las cosas de su maleta y las puso en el armario. Le llamaba la atención la ventana, la vista al jardín, era lindo, no habían tantos criados como en la mansión donde el vivía pero los de aquí sonreían. Saludaban a los patrones sonrientes, trabajaban felices. Apartó la vista de la ventana para volver a tumbarse en la cama...

- ¿Qué o quién eres tú? ¿Y por qué husmeas mis cosas? - Eren dió un salto por el susto de ver a una niña con uno de sus suéteres que bastante grande le quedaba husmeando el contenido de una de las maletas.

- Guten nachmittag ~♪ - respondió la niña sin dejar de revisar la ropa.

- Oye, no seas mal educada. ¡Eso es mío! - de un jalón le arrebató unos boxers a la chica que solo reía divertida al encontrar al fin algo que le llamó la atención: una caja de galletas.

- Wirst du mich eins essen lassen? (Me dejas comer una?) -

- No te entiendo - refunfuñó Eren molesto apartando sus cosas de la chica menos la caja de galletas pues estaba la chica aferrada a ella.

- Comer yo una ¿puedo? - respondió con un acento que a él le resultaba extraño.

- Hasta esta mocosa habla dos idiomas y yo no - se quejó el pelirrojo. Lanzando su ropa al armario, al mirar a la joven sobre su cama tratando de abrir la caja de metal sin éxito, le dió algo de vergüenza ajena ver cómo hasta usaba los dientes batallando con la caja. Suspiró derrotado, le quitó la caja mientras la niña cómo un gatito reclamando su juguete se lanzaba intentando recuperarla.

Hataraku Saibou (Historias breves)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora