Llegamos a mi casa casi a las ocho de la noche. Convencí a mi madre de que podíamos regresarnos solos y llegar sanos y salvos, así que después de pasar unas cuantas horas en la plaza junto con Angie y Jens, y asegurarnos de que ellas se fueran seguras hacia sus casas, Joaco y yo pedimos un Uber para venirnos para acá.
Entramos a la casa y encontramos a mis papás en la sala viendo la televisión. —Hola, chamacos, ¿cómo les fue? —nos saluda mi mamá.
Ambos nos acercamos a saludarla, al igual que a mi padre.
—Nos fue muy bien, gracias —responde mi novio. Los dos nos dejamos caer en un sillón—. Nos divertimos mucho —añade.
—Sí —coincido—. Fuimos al boliche y luego a la plaza —le cuento.
—Qué bueno que se divirtieron —dice mi papá—. Vayan a dejar sus cosas arriba mientras preparamos la cena, los estábamos esperando —nos indica.
Así lo hacemos Joaquín y yo. Subimos rápidamente las escaleras, y llegamos a mi habitación. Ya ahí dejamos nuestras mochilas en el escritorio y en la silla de este, tras lo cual ambos nos dejamos caer en mi cama, quedando acostados lado a lado.
—Ya quería que volvieras a venir para quedarte a dormir —le digo. Volteo mi rostro hacia él mientras hablo.
—Yo también tenía muchas ganas de venir otra vez, para pasar un tiempo a solas —me sonríe y luego se queda pensativo por un momento—. ¿Tus papás no tienen problema con que durmamos juntos? —me pregunta.
—Pues... no me han dicho nada —le respondo con voz trémula.
—Ah —exclama en voz baja—. La última vez que me quedé a dormir todavía no éramos novios, y ahora sí, entonces, no sé, pensé que a lo mejor habían hablado contigo —añade.
—No —repito—. A lo mejor no piensan que vayamos a hacer algo —me aborda una idea que me pone algo inquieto—, ¿vamos a hacer...? —dejo mi pregunta al aire y me callo de golpe.
Joaquín parece ponerse nervioso también y desvía su mirada hasta clavarla en el techo de mi recámara; yo hago lo mismo.
—No sé —habla en voz baja—. ¿Tú quieres que...? —de reojo noto que voltea a verme de nuevo.
—No —me apresuro a decir, aunque me doy cuenta de que eso no es lo que quería expresar, y de que además soné demasiado apanicado—. O sea, sí —suelto una risa nerviosa—, pe-pero —suspiro y giro mi rostro para encontrar su mirada—, yo nunca... —no completo mi frase y hablo casi en un susurro, pero sé que él entiende de qué hablo. Retuerzo mis dedos entre sí por los nervios.
—Yo tampoco —me confiesa mi novio en el mismo tono de voz—. Y también quiero, pero, no sé, no justo ahora —murmura.
—Ni yo —musito—. Quiero que sea especial —agrego—. Quiero decir, ya sería especial solo porque eres tú —me apresuro a corregirme—, pero...
—Sí entiendo —me interrumpe y se estira para tomar mi mano—. Y yo quiero lo mismo —susurra. Me regala una pequeña sonrisa—. ¿Vemos una película después de cenar? —pregunta cambiando de tema, aunque noto que la conversación lo dejo tan nervioso como a mí mismo.
—Me encanta la idea —respondo de inmediato, sonriéndole ampliamente—. ¿Cuál? ¿Shrek? —propongo.
—No me vendría mal verla por quincuagésima vez —replica burlón.
—Muy bien. ¿Y luego leemos cartas? —digo inquisitivamente.
—Va —su sonrisa se vuelve más grande.
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Posdata [Emiliaco]
RomanceEmilio es un joven de diecisiete años, que está cursando su último semestre de preparatoria mientras se prepara para entrar a la universidad y estudiar lo que le ha apasionado toda la vida: historia. Todo parece bastante simple en su vida, hasta que...