Capítulo 25. Cosas de familia.

1.1K 150 240
                                    

El tiempo ha pasado muy rápido, y ha estado lleno de altas y bajas, pero es una maravilla que, aunque sea por medio de cartas, hayamos compartido todos estos años —leo—. Te amo eternamente. Posdata. Contando cada gota de agua en el mar, cada grano de arena en el desierto... —finalizo.

Doblo la hoja de papel y la devuelvo a su sobre. Se lo paso a Joaco, que lo coloca sobre el montón de cartas que hemos leído hoy y ambos nos quedamos en silencio por un momento.

Estamos en la sala de mi casa, uno en cada extremo del sillón más grande y con las cartas, mi bitácora y la libreta de notas de mi mamá en medio de nosotros.

Llevamos casi todo el día leyendo cartas, en un intento por distraernos, principalmente Joaco, de la situación con Angie, que nos tiene preocupados y frustrados por no poder hacer nada más que esperar. En la mañana les contamos a mis papás, y les propusimos algo que se nos había ocurrido horas antes: ir a buscar a Angie a su casa —que no sabemos a ciencia cierta dónde es, pero más o menos—, pero ellos descartaron nuestra idea, pues creen que podríamos empeorar las cosas más que ayudar.

Ahora es media tarde y mis papás fueron a surtir la despensa, así que estamos solos. Bueno, con Taquito, quien justo ahora está acicalándose en el sofá de al lado.

—Me hace feliz que H.C. haya encontrado a su hermano —dice mi novio.

—A mí también —respondo—. Después de todo por lo que ha pasado ya era justo que le pasara algo feliz —añado.

—Exacto —coincide—. Es muy raro, pero a veces me siento muy conectado con él —reflexiona.

—¿Cómo si lo conocieras? —pregunto—. A mí también me pasa, supongo que es por todas las cartas de su puño y letra que hemos leído —agrego con una sonrisa.

—No —rechaza Joaquín—. Es algo distinto —se queda pensando un momento—. O sea, es una conexión muy diferente a la que siento con los personajes de los libros que leo, o incluso con los personajes que yo creo, es... no sé, algo diferente —intenta explicarme—. No es solo por conocer su historia, es algo más, pero no sé describirlo.

Una idea se cruza por mi mente, aunque es algo bastante descabellado. Aun así, decido decírsela.

—Quin —hablo lentamente—, ¿te imaginas que tú fueras el tataranieto o algo así de H.C.?

Joaco abre mucho los ojos y me mira fijamente. —Eso sería muy... No sé, sería muy... —parece no encontrar la palabra que busca.

—¿Loco? —propongo.

—Entre otras cosas —conviene él—. Aunque existe una posibilidad, ¿no? Digo, el hijo que tuvo se quedó en Guadalajara, y parte de mi familia es de allá —observa.

—Es cierto —murmuro—. ¿Sabes los nombres de tus tatarabuelos? —pregunto con curiosidad.

Mi novio suelta una risotada. —No, no tengo idea de sus nombres —contesta—. Ni mi mamá ni yo somos unos apasionados sobre nuestra historia familiar como tu mamá y tú, Emi —señala a la libreta que está sobre el sillón, la cual está repleta de todos los datos sobre nuestros antepasados. Me río ligeramente—. Y aunque lo fuéramos, creo que eso no nos diría nada porque el hijo de H.C. no llevaba sus apellidos —me recuerda.

—Y porque ni siquiera sabemos el nombre de H.C. —señalo.

—Ajá —masculla Joaquín. Suspira levemente—. Bueno, sin importar si soy o no pariente de H.C. —ironiza—, ¿leo la siguiente carta? —me consulta.

—Adelante —le hago un gesto con la mano para que tome la carta y lo miro con atención mientras abre el sobre.

Se aclara la garganta y comienza a leer. —Mi gran amor. ¿Recuerdas la primera vez que hicimos el amor? —se queda callado y noto que traga saliva con fuerza. Yo me remuevo en mi lugar y jugueteo nervioso con un hilo suelto de mi suéter—. Ayer en la noche se soltó una tormenta descomunal que no me dejaba dormir, y lo único en lo que podía pensar era en aquella noche que estuvimos juntos por vez primera. Nos quedamos solos en la hacienda, y los relámpagos nos alumbraban más que la lámpara que teníamos en tu recámara. —Sonrío con ternura mientras lo escucho—. Quedó perfectamente grabado en mi memoria el pensamiento de que jamás volvería a ser tan feliz como lo fui esa noche entre tus brazos... —interrumpe su lectura porque escuchamos que abren la puerta de la entrada y ambos nos giramos en esa dirección.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora