Capítulo 37. Encuentros y reencuentros.

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Son más de las diez de la noche cuando por la ventana veo que finalmente estamos entrando a la Ciudad de México.

Hubo bastante tráfico en el camino, tanto que nuestro viaje ya duró al menos una hora más de lo planeado, y aún falta todo el trayecto para llegar a la central de autobuses. Les envío un mensaje a mis papás para informarles dónde vamos, pues ellos ya están esperándonos en la central. Eli, la mamá de Joaquín, lo está esperando a él en su casa, a donde vamos a ir a dejarlo.

Hace un buen rato ya que mi novio se quedó dormido acurrucado contra mi hombro, y decido esperar a que estemos más cerca de la central para despertarlo. Acaricio distraídamente su cabello mientras mantengo mi vista fija en la ventana y oigo la música que sale de mis audífonos.

So, don't you worry your pretty little mind, people throw rocks at things that shine, and life makes love look hard. The stakes are high, the water's rough, but this love is ours, escucho en ese momento. (Trad: Así que no preocupes tu linda cabecita, la gente tira piedras a las cosas que brillan, y la vida hace que el amor parezca difícil. Es mucho lo que está en juego, el mar está picado, pero este amor es nuestro.)

Vengo escuchando una playlist de mi novio, y estoy casi seguro de que esa canción es de Taylor Swift, pero no recuerdo el nombre, así que enciendo la pantalla de mi celular para verlo porque la letra me agrada. Sonrío al leerlo.

Ours.

Este amor es nuestro. Recuerdo la plática que tuvimos con mi abuelo en la mañana y mi sonrisa se hace un poco más grande. Fue muy lindo que nos hiciera prometerle no dejar que nada se interponga en nuestro amor y nuestra felicidad.

Me da mucha paz que al final mi abuelo haya hablado con nosotros, y saber que tanto él como mi abuela están bien con que yo sea gay y tenga novio.

Y es que, aunque nada hubiera cambiado en el caso contrario, me hubiera dolido mucho que mis abuelos me dieran la espalda en cosas tan importantes como mi orientación sexual y mi relación con Joaco.

Cuando Ours termina comienza a sonar Tightrope, de The greatest showman. La canción me relaja y tras un momento el sueño comienza a pesarme, haciéndome bostezar y cabecear un par de veces, por lo que no sé exactamente cuánto tiempo pasa hasta que distingo que nos acercamos al final de nuestro camino, pues faltan a lo mucho diez minutos para llegar.

Me saco los auriculares y comienzo a sacudir suavemente el hombro de Joaco mientras le hablo en voz baja.

—Amor, ya casi llegamos —le digo. Balbucea algo que no comprendo y mantiene sus ojos cerrados.

Por unos segundos me quedo observando su rostro, apenas iluminado tenuemente por la luz que entra desde los faros de la calle y la proveniente de las pequeñas lámparas al interior del autobús. Me resulta hipnótico el modo en que sus largas pestañas acarician sus pómulos, mientras sus labios se mueven de forma casi imperceptible, como si en sueños recitara algo.

—Quín, ya despierta, mi amor —lo llamo nuevamente.

Abre los ojos por fin y me mira frunciendo el ceño, luciendo bastante confundido.

—¿Dónde estamos? —me cuestiona, estirando el cuello para ver por la ventana, pues esta vez él se quedó con el asiento del pasillo.

—Ya vamos a llegar a la central —le respondo.

—¿Qué hora es? —inquiere mientras empieza a desperezarse.

—Las once —contesto después de revisar mi celular.

—¿Tan tarde? —Asiento con desánimo—. Con razón se me hizo que me dormí mucho rato —murmura.

Me río ligeramente porque todavía parece bastante adormilado.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora