Capítulo 53. Una sensación de vacío.

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—Emilio.

Escucho la voz de Chava como si proviniera del extremo lejano de un túnel, y me toma un momento darme cuenta de que en realidad está a mi lado.

Creo que han pasado un par de minutos desde que la madre y la hermana de Joaquín se fueron, pero nosotros seguimos de pie en el mismo lugar. Mi amigo se mueve hasta quedar frente a mí y pone sus manos sobre mis hombros, obligándome a mirarlo a la cara.

—¿Estás bien? —me pregunta con preocupación.

Por un momento no hago más que mirarlo sin saber qué decir.

—Yo... no sé ni cómo me siento —murmuro.

—Te entiendo perfecto —susurra An.

Ella todavía sostiene mi brazo, como si creyera que me voy a caer si llega a soltarme. Quizá no está del todo equivocada. Y quizá, pienso un segundo después, ella también necesita algo a lo cual aferrarse justo ahora.

—Yo estoy muy confundido —masculla Chava, retirando sus manos de mis hombros y pasándolas por su cabello—. No me vendrían mal un par de explicaciones.

—Es cierto... —Angie comienza a hablar, pero se calla de golpe y voltea hacia uno de los extremos de la calle.

Siento su mano tensarse sobre mi brazo y sigo la dirección de su mirada. No veo más que un par de autos estacionados, pero algo parece alterarla.

—Ya vámonos —pide.

—¿Qué pasa? —inquiere Chava.

—Me siento como si nos estuvieran observando y eso no me gusta nada —responde An—. Vámonos —repite.

Hacemos lo que nos dice y caminamos de regreso hacia el auto. Angie no deja de asomarse por las ventanas mientras Chava enciende el auto, y nos contagia a ambos su inquietud. Salimos de esa calle sin decir una sola palabra, y mi amigo habla hasta que ya estamos sumergidos en el tráfico de la ciudad.

—Ahora sí, hay un par de cosas que necesito entender —nos dice—. ¿A qué se refería exactamente la mamá de Joaco cuando dijo que él estaba en peligro?

Angie toma la palabra y se lo agradezco en el alma porque yo no sé si puedo hablar.

—En resumidas cuentas, el padre de Joaquín estaba preso, se escapó, y ahora está aquí en la ciudad buscando a Joaco y a su familia —explica.

—¿Para hacerles daño?

—Ese desgraciado estaba preso por haberles hecho daño, Chava —replica Angie—. Sobre todo a Joaco —añade en voz baja.

Mi amigo parece tener dificultad para procesar esa información, y no puedo culparlo por ello. No sé a qué esté pensando que Angie se refiere con "hacer daño", pero no hace más preguntas.

—Verga —murmura—. Es... es bueno saber que Joaquín ya no está en peligro —me mira de reojo—. Quiero decir... Es una mierda el no saber dónde está, pero...

—Sí —lo interrumpo—. Tienes razón. Al menos sabemos que está bien.

Pego un salto en mi asiento cuando mi celular elige ese momento para empezar a timbrar, y casi se me cae de las manos cuando veo cuál es el número que me está marcando.

Es el teléfono de Joaquín.

Mi primer instinto es contestar, pero la parte racional de mi cerebro me frena antes de hacerlo, del mismo modo que me frenó cuando estuve a punto de acariciar a una ardilla pensando que era mi gato, aunque esto es millones de veces peor.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora