Capítulo 27. Reuniones y revelaciones.

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—No me parece buena idea, Emilio.

—Pero, mamá... —me quejo.

—A mí tampoco me parece buena idea, hijo —coincide mi padre—. No me agrada la idea de que viajen solos y nosotros no podemos acompañarlos porque yo no tengo vacaciones y tu mamá ya se echó un compromiso para esos días —añade.

Me recargo con pesadez en mi silla y resoplo. Hace un rato terminamos de comer y me quedé hablando con mis padres sobre la idea de ir a Guanajuato con Joaquín.

—Podría invitar al resto de mis amigos también —sugiero.

—Tus abuelos no pueden hospedarlos a todos...

—Pero-

—...y no se van a quedar en un hotel —replica mi madre, antes de siquiera dejarme proponerlo.

Suspiro nuevamente.

—No es tan riesgoso que vayamos solos —insisto un momento después—. Ustedes nos llevan hasta la central, nos dejan en el autobús y de ahí no nos vamos a mover hasta que estemos en Guanajuato, y allá nos pueden recoger mis abuelos —propongo lentamente.

—No, hijo —responde mi mamá, aunque noto que se queda pensando, al igual que mi papá.

—Está bien —murmuro con fingida resignación—. Voy a mi habitación, tengo tarea —les anuncio.

Salgo de la cocina y camino hacia las escaleras. Comienzo a subir haciendo todo el ruido posible, pero a medio camino me detengo, con cuidado me quito los tenis y deshago mi camino lo más en silencio que puedo. Me quedo recargado en la pared al lado de la puerta de la cocina, de modo que logro escuchar a mis papás, pero ellos no pueden verme.

—Estoy seguro de que muchos otros adolescentes se irían sin siquiera pedir permiso —dice mi padre—. Y la verdad es que tiene razón, si los acompañamos hasta que estén arriba del camión, y ya allá los buscan tus papás, no corren gran peligro. —Sonrío al oírlo.

—No puedo creer que lo estés apoyando —reclama mi madre.

—Mi amor, sabemos el hijo que tenemos, sabemos que Joaquín también es un buen muchacho, ambos son responsables, y solo serían unos días —argumenta—. Velo por ese lado, tendríamos unos días para nosotros solos. —Hago una mueca porque es la clase de cosas que hubiera preferido no escuchar. Aunque en cierto modo me alegra solo estar escuchando y no viendo.

—¡Gerardo! —protesta mi mamá, aunque la escucho reírse—. Me estás convenciendo y eso no me agrada.

—Vamos, mi vida, hay que dejarlo —insiste.

—¿Crees que mis papás no tengan problema con recibirlos? —pregunta.

—Me recibieron a mí sin problemas cuando apenas éramos novios —razona mi padre—. Y Emilio es su nieto consentido, dudo que le digan que no a algo —añade—. ¿Qué dices?

Cruzo mis dedos mientras espero por la respuesta de mi madre.

—Lo voy a pensar —dice finalmente.

Celebro en silencio y escucho que mis papás se levantan de la mesa, así que me apresuro a irme a mi habitación antes de que me vean, para avisarle a Joaco lo que lo que acabo de escuchar.

*****

—Entonces... ¿sí van a ir a Guanajuato? —nos pregunta Fercha.

—Oye sí, ¿qué pedo con eso? —apoya Chava—. Ayer solo dijiste que ibas a hablar con tus papás.

Estamos todos almorzando en la cafetería de la escuela. Joaquín y yo intercambiamos una mirada y nos tomamos nuestro tiempo en responder, concentrándonos en nuestra comida.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora