Capítulo 22. Nervios, muchos nervios.

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—Todo esto es muy triste —me dice Joaco después de terminar de leerme la carta que tiene entre sus manos.

—Ya lo sé, me siento muy mal por H.C., por su hijo, por mi tatarabuelo, por todos —respondo.

Los dos nos quedamos sentados en silencio sobre mi cama por un buen rato, hasta que escuchamos que tocan la puerta y nos giramos para encontrar a mi mamá ahí.

—¿No estaban estudiando? —nos pregunta al ver los sobres entre nosotros. Le dedico una sonrisa y mi novio se ríe nerviosamente—. Al menos estaban leyendo cartas y no... —se interrumpe al ver mi cara de pánico—. En fin —continúa ligeramente turbada por lo que sea que iba a decir—, venía por ustedes para que bajen a cenar antes de que llevemos a Joaquín a su casa —nos dice.

—Ahí vamos, má —le digo sonriendo. Nos sonríe de vuelta y se va.

Me pongo de pie y extiendo mi mano hacia Joaco, la toma y tiro de él para que se levante.

—Vamos a cenar —me sonríe.

Bajamos a la cocina y vamos a lavarnos las manos; después ayudamos a mi mamá a terminar de servir la cena y nos sentamos a comer. Platicamos de varias cosas con mis padres, quienes tratan a mi novio como parte de la familia, y cuando terminamos mi mamá nos envía a mi cuarto por las cosas de Joaquín, mientras ella y mi papá recogen la mesa.

Ya en mi habitación guardamos las cartas que habíamos dejado sobre la cama y Joaco se cuelga su mochila al hombro. Antes de salir lo acerco a mí tomándolo por la cintura y le doy un corto beso en los labios. —Te amo —le susurro.

—Yo a ti, mi amor —me da un cariñoso golpecito en la nariz y toma mi mano para que salgamos de mi recámara—. Espera —me detiene antes de que empecemos a bajar las escaleras—, no me he despedido de Taquito. —Lo miro divertido y tiro de él hacia la biblioteca, donde seguramente está mi gato.

Entramos al lugar y efectivamente lo encontramos enroscado en el sofá. Joaco se acerca a él y se acuclilla a su lado para rascarle la cabeza.

—Ya me voy, Taquito —comienza a hablarle—, no dejes que mi novio se desvele leyendo cartas, porque mañana tenemos examen en la mañana. —Me rio fuertemente al escucharlo, y mi gatito le responde con un maullido—. Si lo ves abrir más cartas, lo rasguñas, solo no en su carita bonita, por favor —termina de decirle. El minino frota su cabecita cariñosamente contra la palma de Joaquín.

—¿Por qué aconsejas a mi gato en mi contra? —le reclamo en tono de broma. Mi novio se incorpora y avanza hasta mi lugar riéndose. Me abraza por la espalda mientras me empuja para que salgamos de la biblioteca.

—Porque te conozco y sé que eres capaz de ponerte a leer más cartas cuando vuelvas —replica. Suelto una risita nerviosa porque es justo lo que pensaba hacer—. Y ya sé, yo también quiero saber qué más pasó con H.C., y su hijo, y tu tatarabuelo, pero podemos descubrirlo cuando no tengamos examen de calculo a las siete de la mañana al día siguiente —añade, pareciendo leerme el pensamiento.

—Está bien, ya no leeré cartas hoy —le aseguro.

—Más te vale —me advierte. Se pasa a mi lado y toma mi mano nuevamente mientras bajamos nuevamente las escaleras.

Encontramos a mi mamá esperando por nosotros en la puerta de la casa. Nos dedica una sonrisa cuando nos ve llegar de la mano. – Vamos, tu papá ya está en el coche esperándonos – me dice.

—¿Vamos a ir todos? —cuestiono.

—Sí, mi amor —responde simplemente mi mamá.

Salimos todos de la casa y nos subimos al auto de mi padre. Mi novio y yo nos subimos en la parte de atrás, y ella se sienta en el asiento de copiloto. Joaco le explica a mi papá a dónde vamos y después se pone a escribirle un mensaje a su mamá. Cuando termina se recarga en mí y yo lo abrazo por los hombros. Me quedo mirando su perfil, iluminado por la tenue luz que entra por las ventanas del vehículo, proveniente de las lámparas de la calle.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora