Capítulo 31. Un desayuno incómodo y un paseo.

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Maratón 2/2

—¿Qué cuchichean? —pregunta Joaquín llegando a mi lado y abrazándome por la cintura.

—Mi tío Esteban está en la casa —le digo, pasando mi mano por sus hombros.

—Oh, no —murmura. Su expresión pasa de alegre a incómodo en menos de un segundo.

—Bueno, a nadie le hace feliz tener a ese mamacallos aquí, pero tenemos que ir a desayunar —razona mi tía—. Y no podemos dejar que tremendo gaznápiro nos arruine el día desde temprano.

—Tienes muchos apelativos para nombrarlo —observa Joaco.

—Tengo un vasto vocabulario, y así puedo insultarlo sin que se dé cuenta, no es tan listo el zononeco ese. —Mi tía sonríe orgullosa—. Vamos abajo —indica—, para que le presentes a tu novio, a ver si le da un infarto de un coraje a ese zorimbo.

—¡Tía! —exclamo escandalizado y divertido a la vez.

—Ay, ya no estoy en edad de tener pensamientos malos y callármelos, Emilio, además, con lo de la cadera Dios ya me castigó por adelantado —replica.

Me río mientras niego lentamente.

—Ándenle, tú, Joaquín, déjame apoyarme en tu brazo mientras bajamos las escaleras, y tú, Emilio baja por delante, así no me pierdo la expresión de ese beocio cuando te vea —nos ordena.

—¿Todos los adjetivos que usas son sinónimos de idiota? —le pregunto.

—La gran mayoría, sí —me contesta—, aunque también me gusta llamarlo pinchaúvas.

—¿Eso qué significa? —inquiere Joaco.

—Hombre despreciable —aclara con una sonrisa—. Vamos —nos indica una vez más, mientras se sujeta del brazo de mi novio.

Hacemos lo que nos dice y encamino nuestro peregrinaje hasta la planta baja. Mi tío nos ve desde el comedor y se acerca a saludar.

—Emilio, qué sorpresa tenerte por acá —me dice con fingida emoción.

—Hola, tío —saludo con languidez.

—Buenos días, tía Emma —le dice asomándose por sobre mi hombro.

—Buenos días, pandorgo —responde ella, soltando a Joaquín y pasando por mi lado hacia la cocina.

Mi novio se queda un par de pasos por detrás de mí.

—Hace muchos años no te veía, sobrino, eras un escuincle todavía la última vez, y mira, ya eres todo un hombre. —Fuerzo una sonrisa mientras lo escucho—. Pero mira nada más esas greñas que traes, ¿mi hermana no sabe ponerte reglas o qué?

Y empezamos, pienso.

—Claro que sí, la regla es que puedo traer el cabello como me guste traerlo —replico.

Mi tío rueda los ojos y resopla.

—¿Y este muchacho quién es? —Señala con su barbilla hacia Joaquín y lo mira de arriba a abajo.

Me giro hacia él y le extiendo mi mano, Joaco de inmediato la sostiene y se para a mi lado.

—Él es Joaquín, es mi novio —le contesto.

—¿Novio? ¿Cómo que novio, sobrino? —Hace una mueca de desagrado mientras pasa su mirada del uno al otro.

—Sí, su novio —dice Joaco en tono serio.

—Así es, soy gay, tío —le digo orgulloso. Honestamente, no me importa en lo más mínimo cómo reaccione él.

—¡Ya vengan a sentarse! —nos llama mi abuela, interrumpiendo lo que fuera que el idiota de mi tío estaba por decir.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora