Josh voltea hacia nuestros lugares mientras continúa recuperando el aliento apoyado en la puerta, y por la desolación en su rostro adivino que así como yo esperaba que Joaquín viniera con él, mi amigo esperaba que estuviera aquí.
—Buenos días, profesora, ¿puedo entrar? —pregunta con voz entrecortada luego de un momento.
La maestra Susy revisa su reloj y luego lo mira levantando una ceja.
—Adelante —le dice en tono resignado—. Pero ayúdame a repartir esto.
Le extiende un bonche de hojas de máquina, y Josh se apresura hacia el escritorio para tomarlas. Nos entrega un par de hojas a cada persona en el salón y por fin viene a sentarse.
—¿Dónde está Joaquín? —inquiero en voz baja.
Sé que Josh está tan lejos como yo de tener una respuesta, pero la pregunta prácticamente se me escapa de los labios. Mi amigo me mira a los ojos y hace una mueca de preocupación.
—Yo también quisiera saber —susurra—. Como no me mandó mensaje de que su mamá fuera a traerlo, asumí que se vendría en metro y lo estuve esperando un ratote en la estación en donde siempre nos encontramos, hasta dejé ir el metro en el que siempre nos venimos, pero no llegó, tampoco me contestaba el celular, y al final decidí venirme para acá, pensando que a lo mejor sí lo habían traído y solo no me había avisado.
—No, y no sabemos dónde está —comento.
—Muy bien, chicos —irrumpe la voz de la profesora—, hoy vamos a leer algunos mitos griegos, como pueden ver en las copias que su compañero les pasó —anuncia—. Voy a elegir a alguien al azar para que comience a leer, ¿de acuerdo?
Nadie responde, pero ella lo toma como una respuesta positiva y revisa la lista de alumnos. No presto atención al nombre que dice, y solo sé que no es el mío porque no recibo ningún otro pellizco por parte de Chava. Una compañera comienza a leer y apenas presto atención a sus palabras. Observo el texto impreso en las hojas que Josh dejó frente a mí, y veo que son varios mitos sobre el dios griego Apolo, incluyendo los de sus dos amores trágicos: Dafne y Jacinto.
Conozco esos mitos a la perfección, y me parece una coincidencia muy desafortunada que los estemos leyendo justo hoy. Yo no quiero pensar en amores trágicos en este momento, lo único que quiero es saber dónde está Joaco.
La profesora Susy tiene la política de que no necesitamos pedir permiso para salir al baño, así que no pasan ni veinte minutos cuando me salgo del salón. Me refugio en los primeros baños que encuentro y lo primero que hago es marcar el teléfono de Joaquín, el cual me manda a buzón de inmediato. Le envío un par de mensajes más, pero no aparece que le lleguen. Le escribo por todas las redes sociales posibles, aunque en el fondo siento que es inútil. Al final guardo mi celular y me recargo en el lavamanos. Mi reflejo me devuelve una mirada de angustia, y le doy vueltas en mi cabeza a las cosas que puedo hacer para averiguar dónde está mi novio además de mandarle mensajes y llamarle.
No sé cuánto tiempo pasa hasta que decido regresar al salón. Apenas entrar escucho a la maestra comentar sobre cómo en el mito de Apolo y Jacinto se registra por primera vez el llanto de un dios en la mitología griega, al perder éste a su amado.
Perder a su amado. Es probable que esa sea la combinación de palabras que menos deseo escuchar en este momento.
Me paso el resto de la clase con mi mirada fija en las copias sobre mi mesa, escuchando a medias lo que dicen tanto la maestra como mis compañeros, y revisando mi celular cada cinco minutos. Noto las miradas de preocupación que mis amigos me dirigen, pero no se las devuelvo.
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Posdata [Emiliaco]
RomansaEmilio es un joven de diecisiete años, que está cursando su último semestre de preparatoria mientras se prepara para entrar a la universidad y estudiar lo que le ha apasionado toda la vida: historia. Todo parece bastante simple en su vida, hasta que...