Capítulo 42. La vie en rose.

1K 124 40
                                    

—¿Qué harías tú si tu novio estuviera enojado contigo un día antes de que cumplan meses de ser novios?

Taquito se me queda viendo con su cabeza inclinada hacia la izquierda, y no se toma la molestia de responderme, ni siquiera con un misero "Miau", solo me mira.

—No me estás ayudando amigo —le digo.

Mi gato elige ese momento para hartarse de mi compañía y sale despedido de mi habitación, dejándome de nuevo solo con mis pensamientos.

—Supongo que eso significa que mi vida amorosa es solo mi problema —murmuro, y me quedo observando fijamente a la pared frente a mí mientras pienso en qué hacer, que es casi lo único que he hecho en todo el día.

Llevo rato dándole vueltas a una de las ideas de mi padre: una serenata.

Contratar a un mariachi no me parece lo más adecuado, además de que no tengo dinero para hacerlo, y no me siento con derecho a pedirle dinero prestado a mis padres justo ahora.

Se me ocurre que lo ideal sería llevarle serenata a Joaquín yo solo, pero hay un problema porque lo único que sé tocar es el piano. Bueno, y el ukelele, pero el de mi papá, con el que aprendí a tocar, pasó a mejor vida por culpa de Taquito hace unos meses.

Recuerdo entonces que hay otra persona que conozco que tiene un ukelele, y alcanzo mi celular para marcarle. Chava me responde al tercer timbrazo.

—Eu —escucho desde el otro lado de la línea.

—Hola, Chavs, ¿estás ocupado? —pregunto.

—Emh, no realmente —no suena muy seguro—. Estoy cuidando a Omar, o algo así, estamos jugando videojuegos —explica—. Saluda a Emilio, Omar.

—Hola, Emilio —me dice el niño.

—Hola, Omar —lo saludo en el tono más alegre que me sale—. Eh, Chava, ¿todavía tienes el ukelele que te regalaron en un intercambio navideño?

—Simón, por ahí anda, ¿por qué?

—¿Me lo podrías prestar? —le pido.

—Claro que sí, hasta te lo regalo si quieres —responde sin dudar—. Nunca entendí por qué esa chica me regaló eso, si es obvio que hasta una papa tiene más aptitudes musicales que yo.

—¿De verdad nunca supiste? —me extraño y me río ligeramente—. Te lo regaló porque pensó que el regalo era para mí, o más bien dicho, pensaron que yo era Chava.

—¿Y que yo era Emilio?

—Ajá, no sé por qué nos confundió, quizá porque nos pasábamos mucho tiempo juntos en primer semestre —comento—. Pero, en fin, ahora me conviene que te haya dado un ukelele, ¿está bien si paso por él en un rato?

—Sí, we, aquí voy a estar todo el día —me asegura—. Es el aniversario de mis papás y me quedé de niñero para darles el día y la noche libres para que celebren, si sabes a qué me refiero.

—Iugh, no me gusta pensar en mis padres así, menos en los tuyos —le reclamo y él suelta una carcajada—. Bueno, entonces al rato paso por tu casa, yo te aviso a qué hora. Aun tengo que ver si mis padres me dan permiso de hacer lo que estoy pensando.

—¿Están enojados contigo por la pelea? —me cuestiona.

—Mi mamá, sobre todo —le contesto.

—¿Y Joaco? ¿Sigue enojado?

—Sí —le digo con pesadumbre—. De hecho, por eso quiero el ukelele, ando viendo cómo hacerle para que me perdone por ser un pendejo que se agarró a golpes con un pendejo más grande.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora