Capítulo 35. Creando recuerdos, revelando secretos.

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—Ven, hay algo que quiero enseñarte —le digo mientras hago amago de levantarme de la cama.

—¿Qué cosa?

—Es una sorpresa. —Logro levantarme y voy por una camiseta para ponerme.

—Vaaale. —Escucho que Joaco se levanta también—. ¿Dónde quedó mi playera? —me pregunta.

Tras ponerme mi propia playera busco la suya rápidamente con la vista, pero no logro localizarla.

—Excelente pregunta —murmuro. Tomo otra de mis camisetas limpias y se la paso—. Por lo mientras ponte esta, pero ven —le indico mientras busco mis pantuflas. Lo incito a que se dé prisa y tomo su mano mientras salimos de la recámara, apenas dándole tiempo para calzarse también.

Sin duda hay recuerdos malos que no pueden borrarse, pero siempre es posible crear buenos recuerdos nuevos, y eso es lo que pienso hacer.

Llevo a Joaquín escaleras abajo, y una vez ahí lo guío hasta una habitación que esta al fondo, más allá de la bodega de donde sacamos cajas hace un rato.

—¿A dónde me llevas? —me cuestiona mientras caminamos.

—Ya lo veras —respondo.

Llegamos a nuestro destino y me complazco al notar que la puerta no tiene seguro. La entreabro solo lo suficiente para asomarme y ver que todo esté en orden, y tras comprobar que así es, la abro por completo y le hago una seña a Joaco para que pase.

—Adelante, por favor —le digo en el tono más formal posible.

Se ríe ligeramente y niega con la cabeza mientras avanza hacia el interior de la habitación. Lo sigo de inmediato, y me mantengo atento a su reacción.

Es un cuarto un poco grande, pero no hay muchas cosas dentro de él, solo unos cuantos libros en un antiguo librero, un viejo sillón que trasladaron aquí cuando compraron una sala nueva hace un par de años, y claro, la razón por la que traje aquí a Joaquín, un piano.

Oigo la pequeña exclamación de sorpresa que sale de su boca cuando lo ve, y sonrío.

—¿Sirve? —me pregunta en voz queda.

—Por supuesto —aseguro, mientras me acerco al instrumento—. Bueno, en diciembre estaba en perfectas condiciones, y solo han pasado cuatro meses. —Me siento en el taburete y volteo a ver a mi novio mientras palmeo el espacio libre a mi lado—. Ven, siéntate —le indico.

—¿De quién es el piano? —inquiere al tiempo que se acomoda junto a mí.

—De mi abuelo —le digo. Me mira sorprendido—. Él fue el primero en enseñarme a tocar. —Mientras hablo paseo mis dedos por las teclas para calentar.

—¿Tu abuelo es músico?

—No de profesión —respondo—. Era maestro, igual que mi abuela, pero los dos ya se jubilaron —le cuento—. Pero la música siempre ha sido una de sus pasiones.

—Y te la heredó —apunta.

—Por suerte —me río—. ¿Quieres tocar algo? —le pregunto.

Lo considera por un momento, pero al final sacude su cabeza en una negativa.

—Prefiero que me toques algo —me pide—. Y que me cantes, hace mucho no te escucho cantar.

—Uy, sí, muchísimo, desde el ensayo de la semana pasada con Pepe —replico burlón.

Joaco se ríe y rueda los ojos.

—Es mucho tiempo para mí —insiste. Lo miro sonriendo.

—¿Algo en particular que quieras escuchar? —cuestiono.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora