Nos quedamos por fin solos en el salón, y me siento como si en cierto nivel hubiera olvidado cómo respirar.
Recojo mi cabello en una pequeña coleta en tanto hago un vano intento por tranquilizarme. Luego me encamino a desconectar el proyector y apagar las luces que decoraban nuestro karaoke. La bocina la dejo conectada a la computadora y pongo a reproducir una playlist especial que preparé para este momento. La voz de Michael Jackson interpretando I just can't stop loving you inunda el ambiente.
—Eso fue raro —me dice Joaco. Su voz me hace sobresaltarme un poco y me giro para verlo acercándose a mí—. Lo de todos yéndose, me refiero, no nuestro momento High school musical.
—Somos raros por naturaleza, ¿qué esperabas? —respondo entre risas nerviosas.
—Buen punto —admite, riendo también—. ¿Puedo preguntar a qué viene todo lo de dejarnos solos? —me cuestiona mirándome con curiosidad.
Lo tomo de la mano y nos hago ir hacia la esquina del salón rodeada de cortinas azules, a la que Joaquín parece prestarle verdadera atención por primera vez. Nos quedamos de pie frente a frente, y dirijo mi mirada hacia el piso mientras empiezo a hablar.
—Pues... —tomo una respiración profunda en un vano intento por tranquilizarme—. Y-yo, esto... —siento como si me quedara en blanco con lo que tenía pensado expresar—. No sé cómo empezar a decir esto, estoy muy nervioso —le confieso a Joaquín.
—Mi amor, tranquilo —susurra él.
Posa su mano sobre mi mejilla y me hace levantar la mirada. Al toparme con la profundidad de sus preciosos ojos marrones, encuentro toda el sosiego que necesito para poder expresarme.
—Hace mucho tiempo leí en algún lado que no tiene sentido esperar a que se dé el momento perfecto para algo, sino que hay que crear esos momentos —continúo, ya hablando con más seguridad—. Así que decidí que quería crear un momento para nosotros dos. —Busco por su mano para entrelazar nuestros dedos sin dejar de mirarlo a los ojos—. Y bueno, tenía que empezar por encontrar un lugar en el que pudiéramos estar solo nosotros, y aquí está.
Me llevo a Joaco hacia la entrada del refugio y suelto un largo suspiro antes de levantar la cortina y dejarlo entrar.
Lo que hay detrás de las cortinas pareciera encontrarse en un universo distinto al resto del salón. Es... hermoso, no hay otra manera de describirlo.
Hay series de luces blancas colgando del techo, así que me apresuro a encenderlas. Al lado de la entrada se halla una pequeña mesa de madera con dos sillas acolchadas al lado. Sobre la mesa hay dulces, galletas, fruta, y como no, una botella de vino blanco. En el piso hay un montón de arreglos de flores, casi todas ellas artificiales.
Y en el centro de todo está una cama. Bueno, no es una cama como tal, porque a nadie le sobraba una y aunque así hubiera sido, habría resultado demasiado sospechoso que nos vieran metiendo una cama aquí. Es solo un colchón, pues, pero enfundado en las mejores sábanas que me pude traer de mi casa, con un par de suaves mantas, y un montón de cojines alrededor.
Ahora que lo pienso, en serio son muchísimos cojines, y no sé cómo conseguimos tantos.
Joaco observa con atención todo, y no logro descifrar del todo la expresión en su rostro. Recuerdo entonces que ayer llegué a la conclusión de que todo se veía más mágico si apagaba el resto de las luces y dejaba solo las del refugio encendidas.
—Espera un segundo —le digo a Joaco.
Él me mira extrañado mientras salgo de ahí, y me dirijo lo más rápido que puedo a apagar el resto de la iluminación del salón. El lugar queda casi en penumbra cuando lo hago, solo alumbrado de forma tenue por la luz que alcanza a colarse por las cortinas azules, y por la que emite la pantalla de la laptop, que sigue reproduciendo mi playlist.
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Posdata [Emiliaco]
RomanceEmilio es un joven de diecisiete años, que está cursando su último semestre de preparatoria mientras se prepara para entrar a la universidad y estudiar lo que le ha apasionado toda la vida: historia. Todo parece bastante simple en su vida, hasta que...