N.A. De antemano, y a modo de trigger warning, perdón por el suspenso del final. Les amo.
Llega el miércoles, de nueva cuenta estamos en el auditorio ensayando, y aunque sin duda es una buena noticia el hecho de que mi capacidad de tocar el piano esté de vuelta, también hay una mala noticia: mi examen de admisión es pasado mañana.
Mi nerviosismo dejó de estar en un vaivén y desde ayer está definitivamente instalado en mi pecho las veinticuatro horas del día. Supongo que el haberle copiado a mi novio el hábito de tomar más café del que debería no ayuda, y que también por culpa de eso no consigo estarme quieto.
Para mi desgracia no puedo ocuparme en actividades que me harían feliz, como pasear con mi novio, besarlo o incluso hacer algunas otras cosas más interesantes que los besos, sino que me mantengo ocupado con proyectos, tareas, estudiando cosas que ya estudié cien veces antes o, como ahora mismo, tocando el piano.
Lo peor de todo es que siento que lo que he estudiado no será ni mucho menos suficiente, y que es muy probable que todo se me olvide en cuanto empiece el examen.
Eso es en lo que no dejo de pensar mientras toco una y otra vez la misma pieza.
La misma pieza... que es la pieza incorrecta. No sé qué es lo que me hace darme cuenta, pero noto que lo que estoy tocando no es lo que debería. El profe Pepe está en una reunión con la directora, pero Joaco sí está aquí, y debería haberme hecho ver mi error, pero no.
Dirijo mi vista hacia él. Está sentado en el borde del escenario, con su bloc de dibujo abierto, pero no parece estar dibujando nada, así que no entiendo que le impidió darse cuenta de que llevo no sé cuánto tiempo tocando la melodía equivocada.
—Amor —lo llamo—, ¿por qué no me dices que estoy tocando otra cosa? No sé si estaba tocando algo de Chopin o Estrellita dónde estás... —Me quedo callado cuando me doy cuenta de que no parece haberme escuchado. Me siento el peor novio del mundo por reconocerlo, pero es la primera vez que de verdad le pongo atención en el último par de días, y comienzo a preocuparme al verlo tan distraído—. ¿Joaco? —Sigo sin obtener respuesta—. ¡Joaquín! —le hablo elevando la voz y por fin voltea—. ¿Estás bien?
Me responde asintiendo, pero no veo que esté siendo sincero. Un nudo de intranquilidad se forma en mi pecho, y esta vez ni por asomo tiene algo que ver con la universidad. Me pongo de pie y avanzo hasta donde está Joaco, me siento a su lado y lo tomo con gentileza por la barbilla para obligarlo a verme a los ojos.
—No me mientas —le pido en un susurro—. ¿Qué pasa?
Suspira con pesadez y agacha la mirada. Dejo ir su rostro y lo miro con preocupación mientras piensa. Pasan un par de minutos antes de que vuelva a hablar.
—Mi... mi padre está libre —dice en voz baja.
—¡¿Qué?! —pregunto exaltado—. ¿No se suponía que la cosa esa, apelación o cómo se llame, no había procedido? Pensé que eso significaba que se iba a quedar encerrado.
—Y así era —murmura en tono amargo—, pero como no pudo salir de forma legal...
—¿Se escapó? —adivino. Joaco asiente muy despacio—. Dios...
—Eso no es lo peor —añade un momento después—, lo peor es que estamos casi seguros de que está aquí en la ciudad.
—Pero... ¿qué? ¿cómo? —lo miro sin entender—. ¿Cómo puede ser que esté aquí? ¿No estaba preso en Chihuahua?
—Sí, pero de algún modo llegó hasta acá —responde—. Por lo que me dijo mi mamá, se escapó hace como diez días junto con otros dos reos, los de la penitenciaría no dijeron nada por los primeros días para no alarmar a nadie, aunque al final tuvieron que hacer pública la fuga porque no lograron recapturarlos —me cuenta—. Ahí fue cuando la abogada de mi mamá se enteró y le avisó, y ellas piensan que en esos días entre la fuga y el anuncio de que había habido una fuga fue cuando él consiguió salir de Chihuahua.
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Posdata [Emiliaco]
RomanceEmilio es un joven de diecisiete años, que está cursando su último semestre de preparatoria mientras se prepara para entrar a la universidad y estudiar lo que le ha apasionado toda la vida: historia. Todo parece bastante simple en su vida, hasta que...