Capítulo 36. Incluso contra el destino.

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Joaquín se sienta a la orilla del colchón, y yo, sentado al centro de la cama, observo el movimiento de su espalda y de sus brazos mientras peina su cabello todavía húmedo, y lo escucho tararear una canción que no reconozco.

Después de descubrir la fotografía y el nombre de Héctor, nos quedamos un rato más platicando con mi tía, hasta que ella nos pidió que la acompañáramos a su habitación para recostarse, pues sus pastillas para el dolor ya habían hecho efecto.

Dejamos a Emma descansando y Joaco y yo regresamos a la sala a recoger todo, tomamos unas fotografías con mi celular para guardar una copia de lo que encontramos, y no mucho más tarde mis abuelos regresaron a la casa, cenamos con ellos, platicamos con mi abuela un rato sobre cómo les había ido en el día —mi abuelo no nos acompaño en la plática, pero sí se despidió de forma mucho más amable de lo que lo había hecho hasta ahora—, y después subimos a nuestro cuarto.

Ahora, tras habernos ido a bañar, estamos por irnos a dormir, y reflexiono sobre todas las cosas que pasaron hoy mientras jugueteo con la pulsera que mi novio me regaló ayer.

—Amor —lo llamo. Se gira para verme y deja de tararear—, todo lo que dijiste hace rato sobre el destino y eso, ¿de verdad lo crees?

Me mira arrugando ligeramente el ceño, y en lugar de responderme recoge su cabello con una liga, se levanta, avanza hasta a mi lado y se sube a la cama, acomodándose detrás de mí.

—¿Qué haces? —le pregunto extrañado, estirando mi cuello para verlo.

—Te voy a peinar, tu cabello es un desastre —contesta.

Toma suavemente mi cabeza y me hace voltear hacia el frente.

—Ok —digo simplemente.

Siento que comienza a pasar el cepillo por mi cabello y un momento después comienza a hablar.

—Respondiendo a tu pregunta, antes no me había detenido a pensar en esas cosas —me dice—. Creo que si lo hubiera hecho habría terminado pensando que el destino era un hijo de la fregada conmigo —añade en tono irónico—. Pero... No sé, todo lo de las cartas de Héctor me hace difícil creer que no haya algo más...

—Espera —lo interrumpo porque el movimiento de sus manos entre mi cabello me distrae—. ¿Me estás haciendo una trenza? —inquiero.

Joaco se ríe un poco. —No, te estoy haciendo dos trencitas —replica—. Sostenme esto. —Me pasa un par de liguitas—. Ahora, shh —me sisea para que me calle.

—De acuerdo —acepto dócilmente.

—Te decía, nada de esto parece una simple coincidencia —continúa—. O sea, cuando sugeriste que a lo mejor Héctor era mi familiar, la verdad no me pareció algo descabellado. Hasta me decepcioné un poquito cuando le pregunté a mi abuela si había algún Javier en la familia, ya sabes, por el hijo de Héctor, y me dijo que no.

—¿Cuándo le preguntaste eso? —inquiero sorprendido

—Hace rato —responde—. Dame una liga —me pide y se la paso—. ¿Ya ves que me llamaron después de cenar? Pues era mi abuela.

—Oh —murmuro.

—En fin, no sé si creo o no en el destino, pero lo que sí creo es que hay algo raro y especial en la conexión que parecemos tener con las cartas, ¿sabes? Justo como le dijiste a Emma en la tarde.

—Es cierto —admito. Me detengo a pensar un momento—. ¿Y ahora qué vamos a hacer con lo que sabemos? —le cuestiono.

Sigue trenzando mi cabello mientras piensa en qué responderme. —Podríamos... no sé —contesta—. Ahora sí que no pensé que llegaríamos tan lejos.

Posdata [Emiliaco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora